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Domingo, 03 Agosto 2014 17:38

Moda y muñeco de Hitler

Uno de los vendedores de mercancía nazi, soviética y bélica de un tianguis del Distrito Federal relata a un cliente de nombre Adolfo un elocuente pasaje de la película La vida es bella, de Roberto Benigni.Guido Orefice, el protagonista, interpretado por ese mismo actor y director italiano, se muda en 1939 a la ciudad de Arezzo y conversa con el sastre local, padre de obesos gemelos que pelean en un sofá:

 

El sastre: Vivimos tiempos difíciles.Guido: ¿Difíciles? Usted, ¿qué filiación política tiene?“¡Adolfo, Benito, compórtense!”, grita el sastre italiano a sus hijos.

 

El diálogo de la cinta —ganadora de tres premios Óscar, del Gran Premio del Festival de Cannes, un César y un Goya— y el diálogo en el tianguis de antigüedades de la colonia Doctores rebozan ironía histórica en un México donde desde hace semanas la prensa da cuenta de jóvenes militantes del PAN, en Jalisco y Chihuahua, travestidos en oficiales de la SS (Schutzstaffel), aun en el mismísimo Adolf Hitler y hasta en su pareja sentimental, Eva Braun.

 

A casi 70 años de que la historia registrara el deceso del hombre que llevó al mundo a su peor guerra y genocidio, el Führer y los nazis parecen seguir, literalmente, de moda.

 

En 2005, el príncipe británico Enrique, tercero en la línea de sucesión y entonces de 20 años, fue captado en una fiesta por un paparazzo del tabloide The Sun disfrazado de oficial del Afrika Korps (las tropas nazis que comandó Erwin Rommel, El Zorro del desierto), en vísperas de que la reina Isabel presidiera un acto en Londres por las víctimas del campo de concentración de Auschwitz, donde fueron asesinadas por los esbirros de Hitler alrededor de un millón 250 mil personas, la mayoría judías.

 

El hijo de Carlos y Lady Di acudió al reventón en West Littleton, a unos 130 kilómetros de la capital inglesa, con camisa y pantalones pardos, un distintivo de la Wehrmacht en el cuello y un brazalete rojo con la esvástica nazi en su brazo izquierdo.

 

“Harry the Nazi” tituló The Sun su portada, con la foto del heredero a la Corona británica disfrazado. Carlos impuso un durísimo castigo a su real hijo: obligó al príncipe a trabajar en su granja familiar de Highgrove como ayudante del encargado, donde tuvo que limpiar pocilgas, cuidar ganado y trabajar en huertos de zanahorias y cebollas, como lo consignó el mismo diario.

 

La moda nazi también tiene presencia tropical en México, donde es tan fácil conseguir ropa, armas o estandartes de aquel partido, cascos de los soldados del Tercer Reich (para andar en bicicleta), ediciones de Mein Kampf (Mi lucha) en estaciones del Metro capitalino o incluso un muñeco de Hitler made in China, como debe ser.

 

Los mexicanos han tenido una bizarra relación con Hitler no solo desde el partido conservador. Las simpatías por el Führer y su patología no eran extrañas en el México de Lázaro Cárdenas y del PRI. Personajes tan importantes en la cultura, educación y la política mexicanas como José Vasconcelos fueron señalados como fans del dirigente alemán, recuerda el historiador francés Jean Meyer en el documental La red nazi en México, que se atribuye a Discovery Channel y circula en YouTube.

 

“Entre 1933 y 1941 hubo propaganda (nazi) a todos niveles y recursos para la revista Timón (de Vasconcelos) que pretendía ser de alta cultura. José Vasconcelos se volvió un anti-gringo furibundo al grado de lanzarse a los brazos de los nazis. Hay un Vasconcelos pro nazi y antisemita”, dice Meyer en el documental, que da cuenta también, citando documentos desclasificados de Washington en 1985 sobre el espionaje nazi en el mundo, de cómo entonces un alto funcionario de la embajada de Berlín en México, Arthur Dietrich, tenía alineados a los principales diarios nacionales y estaciones de radio (que aún existen) a la causa de Hitler y su Tercer Reich.

 

El documental también destaca el papel de una Mata Hari en México, la actriz y espía Hilde Krüger, supuesta amante de Joseph Goebbels y después de altos políticos del gobierno de Manuel Ávila Camacho, como Ramón Beteta o el entonces secretario de Gobernación y posterior presidente de la República, Miguel Alemán, ya durante los años de la Segunda Guerra Mundial.

 

Krüger, “walkiria despampanante”, filmó películas mexicanas como El que murió de amor (1945), de Miguel Morayta, con Julián Soler y la poeta Pita Amor; Bartolo toca la flauta (1945), de Miguel Contreras Torres, con José Medel, Eduardo Arozemena y Katy Jurado; Casa de mujeres (La historia de siete pecadoras), de 1942, dirigida por Gabriel Soria, y Adulterio (1945), de José Díaz Morales.

 

Meyer y el escritor Paco Ignacio Taibo II explican en el documental las simpatías de muchos mexicanos por Hitler y el nazismo durante los gobiernos de Cárdenas y de su sucesor Ávila Camacho.

 

“Cuando los alemanes demostraron que su ejército era un máquina extraordinaria, se exaltaron entre los mexicanos estos sentimientos de admiración para Alemania, para el soldado alemán y el ejército alemán; evidentemente los nazis se beneficiaron e intentaron montarse sobre esos sentimientos”, refiere Meyer.

 

“Después de la expropiación petrolera, los odios nacionales están dedicados al imperio que tienes enfrente, no al que tienes a lo lejos. Este sentimiento —sí popular— hace que a una población que desconoce qué es el nazismo le resulte simpático aquel combate a sus enemigos históricos. Para los mexicanos el imperio del mal era Estados Unidos y no la Alemania nazi”, añade Taibo II.

 

Las salas de cine mexicanas de la época proyectaban noticiarios con propaganda nazi durante sus funciones, que según testimonios desataban aplausos del respetable. Hace poco una revista difundió una fotografía de la calle 5 de febrero, en el Centro Histórico de la capital, donde ondeaba la bandera nazi en 1939, poco después de la invasión relámpago a Polonia.

 

En el tianguis de antigüedades de fin de semana de la colonia Doctores, entre avenida Cuauhtémoc y Doctor Carmona, hoy el nazismo tiene todavía adeptos. Desde hace años dos locales ofrecen souvenirs de la Alemania de Hitler, entre otros artículos de la Segunda Guerra Mundial o de la antigua URSS.

 

Un brazalete nazi cuesta 80 pesos, una daga con las insignias de la SS, mil pesos; un casco de soldado alemán de la Segunda Guerra Mundial, supuestamente original, se cotiza arriba de cuatro mil pesos.

 

Uno de estos vendedores, con más de una década en ese local de antigüedades, dice que los recuerditos nazis son más populares entre los jóvenes. “No sé por qué”, comenta el comerciante.

 

Tal vez esos jóvenes mexicanos creen que la Historia es de juguete.

 

De hecho es posible encontrar en México muñecos al estilo de los Hombres de acción, tipo el antiguo Kid Acero o el actual Max Steel, con la figura de Hitler, que en la década pasada la empresa Drastic Plastic puso a la venta en Ucrania y la República Checa, dos de los países devastados por el nazismo, a un precio de alrededor de 100 euros.

 

El muñeco (en realidad vienen dos muñecos en un estuche negro plegable con las fechas de nacimiento y muerte de Hitler al frente) tiene un tamaño de unos 40 centímetros, brazaletes de repuesto, insignias nazis, esvásticas, cruces de hierro, la infame gabardina del Führer, calzado y gorras.

 

El Hitler de juguete luce una leyenda de Made in China en su estuche, forma parte de una colección de muñecos de líderes de la Segunda Guerra Mundial, que además incluye a Stalin y a Roosevelt.

 

Es común toparse, en tanto, con ejemplares pirata de Mi lucha en los puestos de libros en estaciones del Metro de Ciudad de México, en algunos casos junto al Diario de Ana Frank. La comercialización de la autobiografía panfleto, de la que tan solo en 1933 se habían vendido 1.5 millones de ejemplares, sigue restringida en Alemania.

 

Pero el 30 de abril de 2015, 70 años después de la muerte de su autor, Mein Kampf, cuyos derechos pertenecen al gobierno de Baviera, pasará legalmente al dominio público y cualquiera podrá publicar el libro libremente, un motivo de preocupación para las autoridades de la nación europea.

 

Tan preocupante como la imagen que la germanista Rosa Sala Rose, autora del fundamental Diccionario crítico de mitos y símbolos del nazismo, comparte en su página de Facebook, en la cual jóvenes judíos se toman selfies a las puertas de Auschwitz, ante la triste leyenda “Arbeit macht frei” (“El trabajo libera”).

 

“Lo sorprendente es que la página de Facebook que publica estas fotos es israelí. Recientemente vi la película documental Un apartamento en Berlín, de la directora alemana Alice Agneskirchner, que trata de los miles de jóvenes israelíes que se están estableciendo precisamente en Berlín, una ciudad que sus padres se niegan a pisar”, escribe en la red social la también coautora del ensayo “El marqués y la esvástica”.

 

En el prólogo del mencionado diccionario de Sala Rose, el filósofo Rafael Argullol tal vez da sentido a esa fascinación por Hitler y el nazismo, a los que distancia de cualquier naturaleza demoniaca.

 

“El nacionalsocialismo, a pesar de que nos cueste aceptarlo, es una obra del hombre y (...) como tal debe ser analizada sin echar mano de instancias sobrenaturales”, escribe como tesis cercana a la de Hanna Arendt sobre la banalidad del mal analizada en su libro Eichmann en Jerusalén y a la planteada por el polaco Zygmunt Bauman en su volumen sobre Modernidad y Holocausto.