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Viernes, 27 Agosto 2021 21:35

Los terroristas se frotan las manos tras el ascenso al poder de los talibanes

El atentado en Kabul evoca los noventas, cuando el régimen talibán facilitó el ascenso de Al Qaeda. Ahora son enemigos de Estado Islámico, pero está por ver si podrán frenarlo.

 

Militantes del Estado Islámico del Gran Jorasán, en una captura de un video emitido por el propio grupo terrorista.

 

Pasaron alrededor de doce horas entre el momento en que la improvisada y campechana embajada de Estados Unidos en el aeropuerto de Kabul instó a todos sus ciudadanos a alejarse del aeródromo y las dos bombas que en la mañana de este jueves estallaron frente a una de las puertas de la terminal aérea.

 

El resultado: Más de cien muertos, entre ellos más de una docena de soldados estadunidenses, y otros tantos heridos. Un monstruoso ataque que aprovechó el caos en la zona y el relativo vacío de poder ante la salida de las tropas internacionales y la llegada de los talibanes que permite a grupos terroristas con soñar con nuevas oportunidades.

 

El dedo acusador señaló rápidamente al grupo Estado Islámico del Gran Jorasán (ISK, por sus siglas en inglés, que lo escribe Khorasan), una facción extremista creada por talibanes pakistaníes y afganos desafectos en 2015 y afiliada con el Estado Islámico que todos conocemos, el de Irak y el Levante (o de Iraq y Siria, según se lea), abreviado ISIS en inglés.

 

El Gran Jorasán es una región histórica en Asia Central, que comprende Afganistán y partes de Irán, Pakistán, Uzbekistán, Turkmenistán y Tayikistán. Además, tiene un valor simbólico en Oriente similar al que tiene Al-Ándalus, ubicado en el sur de España, en Occidente.

 

El ISK lleva sus seis años de vida luchando contra los occidentales en Afganistán, sobre todo desde la frontera entre Afganistán y Pakistán, lo que ha resultado en que sus dos primeros líderes fueran asesinados en bombardeos estadunidenses. El primero, el pakistaní Hafiz Saeed Khan, murió en febrero de 2015, un mes después de la fundación del grupo, y el segundo, Abdul Raful Aliza, el afgano, falleció en julio de 2016.

 

Sin embargo, EU no logró despedazar al grupo matando a su liderazgo, y este ha mantenido latente su poder en la zona fronteriza y este mismo julio la inteligencia de la OTAN alertaba de que ante la inestabilidad creciente el ISK se estaba haciendo fuerte en los alrededores de Kabul.

 

Un reporte de Naciones Unidas publicado en junio de 2021, y replicado por The Washington Post, señaló a Shahab al Muhajir como su nuevo líder desde 2020. Se sabe muy poco de él: Que sería árabe, por tanto extranjero, y que es “ambicioso”, dice el reporte, pues aspira a reclutar nuevos miembros entre desafectos talibanes.

 

¿IGUAL QUE EN 2001?

 

El brutal atentado del ISK en el aeropuerto de Kabul podría llevar a pensar que esta nueva situación en Afganistán se parece mucho al escenario que se dibujó en el país a finales de los noventas, cuando el primer régimen del Emirato Islámico de los talibanes en el país sirvió de respaldo para que el grupo terrorista Al Qaeda expandiera sus operaciones y pudiera lanzar el histórico ataque del 11 de septiembre de 2001 contra las Torres Gemelas de Nueva York.

 

 

 

Osama Bin Laden, histórico líder de Al Qaeda, escondido en una cueva en una montaña cerca de Jalalabad, Afganistán, en 1998 (EFE / STR).

 

Sin embargo, hay una diferencia fundamental. Aunque Al Qaeda no ha desaparecido, ni mucho menos, el Estado Islámico, que lo ha reemplazado como principal grupo yihadista, está enemistado con los talibanes. Tanto el ISIS como su rama en Afganistán consideran a los talibanes unos blandos, malos musulmanes, por dialogar con los Occidentales.

 

Por ello, el objetivo del ISK no es solo el de expulsar a las fuerzas extranjeras sino, a ser posible, tomar el poder ellos mismos, como ocurrió cuando el ISIS logró afianzarse en buena parte del norte de Irak y de Siria, hace algo más de un lustro.

 

Así, mientras facciones terroristas cercanas a Al Qaeda celebraron la llegada al poder de los talibanes, el ISK no tardó en emitir un comunicado en condenarlo, asegurando, incluso, que los talibanes son agentes de Estados Unidos.

 

UN PODER INESTABLE

 

La inteligencia de Estados Unidos y las potencias Occidentales no ha señalado un riesgo inminente de un aumento del terrorismo internacional que nos lleve a escenarios similares al del 11-S o al de los ataques en Madrid del 11 de marzo de 2014. No al menos desde Afganistán, como ocurrió entonces, cuando Osama bin Laden, líder de Al Qaeda y responsable de los ataques contra Nueva York se escondía en las cuevas de las montañas afganas y pakistaníes con la complicidad de los talibanes.

 

Aunque los talibanes siguen manteniendo vínculos con Al Qaeda, el enfoque del actual líder del grupo terrorista, Aymán az Zawahirí, quien tomó las riendas tras el asesinato de Bin Laden en su refugio pakistaní en Abbottabad en mayo de 2011, es distinto al de su predecesor. El periodista Jason Burke señala en The Guardian que Az Zawahirí prefiere centrarse en reforzar a sus grupos afiliados en los países de influencia musulmana para llevar a cabo la yihad, o guerra santa del islam, en esos países, en lugar de atacar a las potencias occidentales.

 

Sin embargo, los precedentes nos demuestran que Afganistán es un país en guerra prácticamente permanente, y cuando no ha sido invadido, primero por los británicos, luego por los soviéticos y finalmente por los estadunidenses, ha estado en guerra civil o muy cerca de ella. Esto significa que aunque los talibanes han tenido fuerza suficiente para superar al ejército regular afgano ante el fin de la asistencia de Washington, podrían tener problemas para resistir por su cuenta ante otras facciones extremistas, como el ISK.

 

Queda por ver, además, cuál será el rol de la Red Haqqani, el poderoso clan familiar que lideró a los muyahidines en la guerra contra la Unión Soviética en los ochentas y compone una de las principales facciones internas de los talibanes, y que antaño estuvo aliado con Al Qaeda. Uno de sus líderes, Anas Haqqani, celebró “el fin de la guerra” en su cuenta de Twitter, lo que da a pensar que la familia se mantendrá fiel al nuevo Emirato Islámico. Por ahora.

 

En 2001, muchos talibanes decidieron entregar sus turbantes y esconderse o pasarse al bando ganador ante la evidente superioridad militar estadunidense. Este mes de agosto, los soldados afganos claudicaron en cascada ante la aparentemente inevitable victoria talibán, lo permitió que los extremistas capturaran Kabul casi sin disparar un tiro.

 

Si el ISK lograra reforzar su posición en Afganistán y comenzara algo similar a una guerra civil, en la que llegara a mostrar superioridad, tanto la Red Haqqani como quizás parte de los talibanes podrían no tener mayor inconveniente en mostrar entonces fidelidad al grupo terrorista. Y entonces el escenario cambiaría.

 

TERRORISMO GLOCAL

 

Sin embargo, por mucho que el ISK llegara a tomar Afganistán, lo cual ahora mismo no es más que geopolítica-ficción, esto es difícil que llegara a deparar atentados como los de hace dos décadas. Estado Islámico no lo ha logrado ni cuando controlaba buena parte de Siria e Irak, esto, gracias a los enormes esfuerzos en Inteligencia, protección y seguridad fronteriza que ha llevado a cabo Occidente, y ni se diga lo complicado que es ahora colar armas en un avión para secuestrarlo.

 

El terror yihadista se extiende desde Asia hasta África. En la imagen, el difunto líder de Boko Haram, Abubakar Shekau, en un video.

 

Aun así, es indudable que la victoria de los talibanes ha creado una nueva ola de optimismo en numerosas facciones terroristas simpatizantes de la red de Az Zawahirí. El grupo Al Qaeda en la Península Arábiga (AQAP, en inglés), emitió un comunicado en el que, según SITE Intelligence Group, celebró que "este triunfo y empoderamiento nos revelan que la yihad y la lucha son la única manera realista que cumple con la ley islámica para restaurar derechos y expulsar a los invasores y ocupantes"

 

Un mensaje similar emitió por ejemplo Hayat Tahrir al-Sham, que controla la provincia de Idlib, la última en manos de los opositores al dictador Bachar Al Asad en Siria, aunque el grupo se separó formalmente de Al Qaeda en 2016.

 

Por ello, es posible que lo que suceda sea un impulso a las luchas de estos grupos en sus territorios, independientemente de si están afiliados a Al Qaeda, como Al Shabab en Somalia, o a Estado Islámico, como Boko Haram en Nigeria. En este segundo caso, de hecho, los terroristas tienen una rama interna llamada Estado Islámico en África Occidental, abreviado en inglés ISWAP.

 

Por otra parte, este optimismo yihadista podría reforzar las redes de radicalización en internet y crear una nueva ola de ataques de baja intensidad en los países occidentales, seguramente con las tácticas que el ISIS puso de moda en los últimos seis años: Atropellos masivos y ataques con cuchillo, que permiten expandir los métodos terroristas a todo el mundo con un enfoque local y casi indetectable.