Después de casi tres décadas de historia hemos comprendido lo tremendamente manipuladores emocionales que son en Pixar. Han tomado la medida de su audiencia y han calibrado el medidor sentimental casi milimétricamente para no dejarnos indiferentes. Lo curioso es que su manera de trabajar es a partir de los moldes establecidos, de los estereotipos y a veces eso nos incomoda.
Luego de tres años sin historias originales en el 2020 aparecieron Unidos y Soul, con unos resultados más que satisfactorios. Temas como la reconciliación de los lazos familiares y la búsqueda del sentido de la vida estaban en juego en estas películas y lograron conmovernos y enseñarnos con sus maquiavélicas agujas, que sabían dónde tocar a nuestros muñecos vudús para tocar fibras. Fue una faceta distinta en la compañía para hablar de temas más profundos que, si bien tuvieron grandes resultados como películas, también nos hicieron pensar que sus historias tomarían un camino más arriesgado.
Este año nos dejaron en claro que solo es una posibilidad. Han decidido volver a ponerse a la altura de la mirada de los niños para hacer que los adultos se hinquen a verlos a los ojos y entendamos que su visión es diferente a la nuestra. Que su perspectiva está cambiando y que si bien, no se sabe cuál será la identidad generacional que tengan, lo mejor es intentar comprenderlos desde aceptar sus sueños, aunque no vayan con nuestros ideales.
Esta reflexión podemos sentirla en Luca, el filme de Pixar que estrenó hace unos días en la plataforma Disney+ y que nos hace cómplices de la búsqueda de identidad y aceptación en una adorable fábula. Nos lleva a la Riviera Italiana, para ser testigos de la historia de Luca, un niño que vive un verano increíble en un pueblo junto al mar, sin embargo guarda un secreto: se trata de un monstruo marino que vive en el fondo del mar y que al salir a la superficie se convierte en un humano.
Los papás del niño le han prohibido no salir del mar por lo peligrosos que se han vuelto los humanos con su especie, pero Luca encuentra en el misterio de lo diferente una motivación mágica. El cineasta italiano Enrico Casarosa, conocido por su cortometraje de La Luna (2011), es el encargado de dirigir este filme en el que rinde homenaje a una amistad real que tuvo con el personaje de Alberto, otro pequeño monstruo marino que un día se encuentra con Luca y quien le comienza a mostrar el mundo fuera del mar con sus conocimientos humanos.
En primera instancia, es a través de la historia de amistad entre Luca y Alberto, que surge mirando confundiendo a las estrellas con peces de otro mar y con el sueño de viajar por el mundo en una motoneta, y luego en el pueblo con Giulia y su papá Massimo, que la película nos muestra una encantadora comedia infantil, cuya sencilla moraleja no se siente superflua sino delicada para el entendimiento de los otros, de lo diferente, de uno mismo. Es una hermosa reflexión sobre la búsqueda de la identidad desde nuestro lado más extraño.
Es verdad que, como en otros filmes de Pixar, los estereotipos están presentes tanto en el discurso como en los personajes. Tal es el caso del presumido y abusivo niño con la motoneta que representa las aspiraciones de la clase media hacia la riqueza material, del tipo que luchará por conseguir lo que necesita abusando de los demás o de la humildad de los otros niños del pueblo, los que tienen mal gusto por ser pobres.
Pero la magia radica en resolver el cliché con emociones más honestas, poniendo los sueños por encima de la pretensión. Los conflictos de los niños protagonistas son complejos ante lo nuevo, ante la adversidad o la apatía de las personas, y eso es satisfactorio porque no trata al espectador infantil como poco inteligentes. También es cierto que la trama no profundiza en tantas cosas, ni siquiera navega tanto en la personalidad real de los protagonistas, pero sí se concentra en un mensaje certero y con corazón sobre la necesidad de tener valor para asumir una identidad y la idea de cambiar el miedo por valentía desde el poder de la amistad.
Esos mensajes encuentran mucha resonancia en las discusiones actuales de temas importantes de nuestro tiempo. No solo habla de la otredad y la tolerancia, lo complejo es lo que está en juego, es la dignidad, la lucha por saber quien eres y aceptarlo para construir lazos.
Es evidente como Enrico Casarosa utiliza el concepto de la monstruosidad como lo ha trabajado el mexicano Guillermo del Toro (evoca especialmente a La forma del agua), pero desde una película infantil, en la que el verdadero monstruo es el humano. Y también tiene guiños a su propio cortometraje de La Luna, o a evocar la magia como lo hacen los filmes de los estudios Ghibli. Sin olvidarnos de los homenajes al cine italiano con detalles a filmes como La strada de Federico Fellini.
En Luca la aparente monstruosidad interior es adorable y también destaca la crítica a la misma humanidad como el villano de la naturaleza. El mensaje ambiental radica en señalar la pérdida de la empatía y su moraleja apela a que las personas en algún momento necesitan entender al otro para valorarlo, (aunque en el conflicto también se señale que el conocerlo para destruirlo).
Cabe destacar que, al igual que Pixar tomó la cultura mexicana en Coco, acá es igualmente admirable el homenaje a la cultura italiana desde sus costumbres hasta su pasión por el fútbol. Y si celebramos el tono en el sentido del humor también hay que celebrar que en cuestión de calidad de animación hay un nivel de detalle impresionante que hubiera sido tremendamente apreciado en pantalla grande.
Luca no se convertirá en el clásico de la animación, pero ojalá lo llegará a ser. Tiene en su contra la forma, poco original, en que evoca el sentimentalismo y que la resolución del mayor conflicto que tiene que ver con la humanidad se resuelve de manera romantizada, pero también es una película bella e inspiradora. En su final hay un acto de amor tan lindo que uno quisiera salir corriendo a abrazar a su mejor amigo. Una película imperdible.