El potencial humano de transformar el cuerpo en una verdadera obra de arte —conjugado con explosiones de color, adrenalina, emoción e ilusión—, no encuentra mejor expresión que en los malabares, las suertes mortales, la flexibilidad y la música, vehículo universal al mundo de los sueños.
La suma del talento, que como si de un hechizo se tratara, mantiene los ojos fijos en el escenario, el alma en un hilo, ante el derroche de valentía que desafía con la mayor naturalidad a la gravedad, y se convierte sencillamente en un alimento para el espíritu, encuentra su hogar en una carpa en Santa Fe, que alberga a Varekai, espectáculo número 14 del circo, que en su nombre rinde honor al astro rey.
“En cualquier lugar” es el significado de la singular palabra, no obstante, este espacio ofrece en el caos y sus hijos de la oscuridad, paradójicamente, la mayor luminosidad.
Allá, desde el cielo, Ícaro, y a su lado todos los espectadores, desciende al fuego de los volcanes, donde iniciará su búsqueda por el destino, que en su viaje lo llevará a descubrir en El Patriarca, La Musa y seres inferiores, la grandeza siempre oculta en los más tímidos y marginados.