Moscú.-El presidente ruso, Vladímir Putin, cumple este sábado, 15 años en el poder enfrentado a Occidente en todos los ámbitos, desde el político hasta el comercial, aunque hubo momentos en los que el jefe del Kremlin sí logró un cierto consenso con EU y la Unión Europea.
La caída de la Unión Soviética "es la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX", aseguró en 2005 Putin en una frase que levantó en su momento toda clase de suspicacias y que ha perseguido desde entonces al antiguo oficial del KGB. Putin era casi un desconocido cuando asumió el cargo de primer ministro poco antes del cambio de siglo, el 9 de agosto de 1999, y nadie preveía que se mantuviera en el poder durante tanto tiempo.
"He decidido nombrar a una persona que, bajo mi punto de vista, será capaz de consolidar a la sociedad. Él puede aglutinar a aquellos que en el nuevo siglo XXI deberán renovar la gran Rusia", anunció entonces Borís Yeltsin, el alicaído mandatario ruso. Pocos auguraban un futuro prometedor a Putin, el quinto jefe de Gobierno nombrado por Yeltsin en 18 meses, pero su política de mano dura con la guerrilla separatista chechena disparó su popularidad y le otorgó una contundente victoria en las presidenciales de marzo de 2000.
Desde entonces, el nuevo hombre fuerte del Kremlin mantuvo una relación de amor y odio con Occidente, que no dejaba de fustigarle por la represión violenta en el Cáucaso, críticas que alcanzaron su cenit con la matanza de Beslán (2004). Pese a todo, Putin mantuvo una cooperación sincera con su colega estadunidense, George W. Bush, quien dijo haber visto el "alma" del líder ruso, y entabló amistad con el canciller alemán, Gerhard Schröder, y el primer ministro italiano, Silvio Berlusconi.
Moscú criticó en no pocas ocasiones el doble rasero occidental en la solución de conflictos y sus intervenciones humanitarias, pero también echó una mano en las negociaciones para solucionar los conflictos con Irán, Corea del Norte o Libia. Según los analistas, el líder ruso se afanó en lograr el respeto de Occidente, pero éste nunca llegó a tratar a la Rusia de Putin como a un igual entre las naciones democráticas, por lo que el inquilino del Kremlin perdió la paciencia y decidió romper la baraja.
El primer síntoma de ruptura fue la guerra ruso-georgiana por el control de la separatista Osetia del Sur (2008), la primera intervención rusa en el exterior desde la invasión soviética de Afganistán. No obstante, los cuatro años de interregno en los que Putin cedió la presidencia a Dmitri Medvédev para encabezar él mismo el Gobierno (2008-2012) vivieron una especie de luna de miel en las relaciones ruso-occidentales.
De hecho, Rusia firmó un nuevo acuerdo de desarme nuclear con EU, el START 3, e ingresó en la Organización Mundial de Comercio, pero el espejismo fue breve. El ajusticiamiento del líder libio Muamar el Gadafi encendió todas las alarmas en el Kremlin, que además acusó a Occidente de instigar las multitudinarias protestas antigubernamentales contra el fraude electoral de finales de 2011 en Rusia.
El retorno de Putin al Kremlin en mayo de 2012 abrió una etapa de involución democrática salpicada de constantes desencuentros sobre un supuesto renacimiento de la Unión Soviética, una clara reorientación de la diplomacia rusa hacia China y un reforzamiento de los lazos con el espacio euroasiático.
Desde entonces, la bola de nieve ha sido imparable y el campo de batalla del antagonismo ha sido la vecina Ucrania, cuyo Gobierno inició la actual escalada de tensión interna al rechazar en noviembre de 2013 la asociación comercial con la UE. Ucrania es parte fundamental del "mundo ruso", como le gusta llamar a Putin a los países donde la cultura rusa está especialmente enraizada, por lo que reaccionó con ira cuando su presidente, Víktor Yanukóvich, fue derrocado en febrero pasado.
En un visto y no visto, las tropas rusas desplegadas en Crimea garantizaron una escisión relámpago de esa península ucraniana de mayoría de habitantes de origen ruso, que tras un referéndum separatista fue anexionada por Moscú el 21 de marzo. En cuanto estalló el conflicto en el este de Ucrania en abril, el Kremlin no dudó en exigir el respeto de los derechos de la minoría rusohablante y, según Kiev y Occidente, ha suministrado armamento y mercenarios a los insurgentes.
Moscú ha concentrado tropas en la frontera ucraniana, pero ha hecho oídos sordos a los incesantes llamamientos de los rebeldes y de ciertos políticos rusos a desplegar fuerzas de pacificación en el país vecino. Las cancillerías occidentales decidieron castigar a Putin por su descaro e injerencia en Ucrania con sanciones contra altos funcionarios y empresas, a lo que el Kremlin respondió esta semana con la prohibición de las importaciones agroalimentarias.
Putin, que podría perpetuarse en el poder hasta 2024, mantiene contra viento y marea que Rusia tiene derecho a defender sus intereses en su patio trasero y se ha aliado con otras potencias emergentes como India, Brasil o Venezuela para desafiar el orden internacional acuñado por Occidente.