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Sábado, 11 Octubre 2014 22:16

Sirios sufren desesperanza buscando asilo

LUEBECK.— Ha pasado un año desde que su barco se hundió, pero los recuerdos siguen atormentando al refugiado sirio Mohamad Suleimane: ver a un padre luchando por su vida entre el mar agitado, quitándole un chaleco salvavidas a su hijo pequeño.

... El silencio que se hizo cuando varios niños que se estaban ahogando dejaron de gritar... Niñas flotando boca abajo en el agua, con el pelo largo flotando alrededor de sus cabezas... El bebé muerto con el que casi tropezó mientras nadaba para salvarse.

"Una y otra vez vuelvo a vivir esas horas en el océano después que nuestro barco se hundió", dice Suleimane, de 25 años. Tiene que doblarse en ese momento, presionando fuertemente sus brazos delgados contra su regazo, para dejar de temblar.

El joven barbero de Damasco fue el único de los 13 miembros de una familia que sobrevivió cuando su barco se hundió, matando a más de 200 refugiados hace un año. El aniversario de la tragedia ocurre mientras Europa se enfrenta a una nueva ola de migrantes que hacen la peligrosa travesía desde el norte de África hacia la isla italiana de Lampedusa.

Ese recorrido a Europa es la ruta más peligrosa de la migración "irregular" del mundo, según la Organización Internacional para las Migraciones. Al menos 22.000 personas han muerto en ese viaje desde el 2000, dice ese grupo, incluyendo al menos 3.072 personas en los primeros nueve meses de este año. Esos números son apenas los que se reconocen. La cifra real, dice, es mucho mayor.

A pesar de los peligros, el número de refugiados que se arriesgan a hacer el viaje es cada vez mayor, pues prefieren huir de la guerra, la pobreza y crisis en lugares como Siria, la Franja de Gaza, Eritrea y Sudán.

La ruta más común es a través de Libia y luego en barcos de traficantes para cruzar 300 kilómetros (180 millas) del Mediterráneo al punto más cercano de Europa: la isla italiana de Lampedusa.

Suleimane siguió esa ruta. Su familia voló de Damasco a El Cairo y le pagó a un contrabandista para que los llevara en minibús a Bengasi, en Libia. Meses más tarde habían ahorrado 2.000 dólares para que Suleimane hiciera el viaje. Él se unió a varios cientos de otros sirios en un escondite en el desierto, esperando el momento adecuado para salir.

No fue posible ahorrar dinero para el pasaje de sus padres y hermanos, pero con él había 12 tías, tíos y primos, entre ellos Alí y Duaa, quien semanas antes se había casado en una boda alegre llena de risas y bai

aqueros para esa boda. Cuando el grupo partió del escondite, los usó de nuevo.

Cuando el barco naufragó, él nadó mientras otras personas se hundían. Nadó durante horas, hasta que un barco maltés lo sacó del mar. Fue enviado a una cárcel con los demás supervivientes.

Una semana después Suleimane fue trasladado a un campo de refugiados en Malta, donde compró una identificación alemana falsa —con el nombre Daniel Fischer— por 180 euros (230 dólares). Con el documento apócrifo llegó a Milán, donde pagó 350 euros a unos traficantes para que lo llevaran por carreteras secundarias a través de los Alpes a Múnich, Alemania.

A partir de ahí, subió a un tren hacia Berlín, donde lo acogieron familiares que viven en Alemania desde hace décadas.

Todavía vestía sus vaqueros y lo continuará haciendo durante meses, con todo y los recuerdos deshilachados de alegría y tragedia. Esos pantalones son el único recuerdo palpable de sus tiempos más felices, pese a que también le recuerdan el horror.

En Berlín, Suleimane se encerró en sí mismo y casi nunca hablaba. Preocupado, su primo lo llevó con dos psicólogos. Uno de ellos escribió en su evaluación que el joven tenía ideas suicidas, que sufría de trastorno de estrés postraumático y que en ningún caso debía ser separado de sus familiares.

Alemania, sin embargo, vive un alza empinada de solicitudes de asilo, y ahora tiene reglas más estrictas para aceptarlos.

A Suleimane se le han recetado antidepresivos y fue enviado a un centro de refugiados en Lubeck, tres horas al norte de Berlín, en el Mar Báltico.

En el centro de refugiados, Suleimane fuma tres paquetes de cigarrillos al día y apenas come. Sus grandes ojos marrones tienen una mirada profunda en su rostro demacrado. Está obsesionado con el mar y pasa los días mirando al Báltico, atormentado por sus recuerdos.

Huyó de Siria para escapar de la guerra civil, luego de ser reclutado en el ejército del presidente Bashar Assad. A veces, agrega, "pudo haber sido mejor simplemente morir en Siria".

Por ahora Suleimane reúne poco a poco la voluntad para seguir adelante. Tiene la esperanza de que Alemania acepte su solicitud de asilo, con lo que tal vez abra una barbería en Berlín.

Recientemente, dobló los vaqueros y los guardó en el fondo de su armario.

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