Una de las mayores preocupaciones del Ejército de Tailandia desde el golpe de Estado, hace seis meses, ha sido acallar las críticas y detener a los disidentes para someterlos a lo que denomina “ajustes de actitud”. Los militares han arrestado a ciudadanos que protagonizaban protestas tan simbólicas y pacíficas como leer en público la novela 1984 o el saludo de los tres dedos de la película hollywoodiense Los juegos del hambre, que ha sido adoptado como un gesto de protesta contra el golpe de Estado. “Cuando hice este saludo me detuvo una policía de paisano y me llevaron al club militar. Me hicieron firmar un documento asegurando que no volvería a actuar así de nuevo”, explica Nachacha, de 21 años.
Los uniformados tomaron el poder por segunda vez en ocho años el pasado 22 de mayo, destituyendo a Yingluck Shinawatra, cabeza visible de uno de los clanes políticos más poderosos del país. La ex primera ministra, que permanece en Tailandia pero apartada de la política, se enfrenta a un posible juicio por negligencia en el cumplimiento de su deber. Los militares, que asumieron el control sin pegar un tiro, suspendieron el Parlamento y la Constitución, y bautizaron la Junta que dirige el general Prayuth Chan-ocha como el Consejo Nacional para la Paz y el Orden (CNPO).
Los militares han derrocado otros 11 Gobiernos en los últimos 80 años. La vez anterior echaron a Thaksin Shinawatra, hermano de la última jefa de Gobierno y el verdadero poder en la sombra desde su actual exilio en Dubái. El país asiático vive un momento especialmente delicado debido a los problemas de salud del venerado rey Bhumibol Adulyadej que, a sus 86 años, no pudo asistir a la toma de posesión de dos ministros hace unos días.