PUNO, Perú.— La tranquilidad del amanecer de esta ciudad a orillas del lago Titicaca se interrumpe una vez al año, cuando unos 40 mil campesinos indígenas ingresan bailando en honor a la virgen española de la Candelaria, cuya festividad es una de las más importantes de los Andes.
Bajo el sol intenso del verano, los danzantes entran por los cuatro extremos de Puno, donde concursarán cien grupos de diversas comarcas que hablan las lenguas aimara y quechua, las principales del Altiplano andino a casi 4.000 metros de altitud y cerca de Bolivia.
Visten de formas muy distintas. Algunos calzan zapatos hechos con pieles de oveja o de alpaca, llevan collares de los que cuelgan mazorcas de maíz y sombreros adornados con decenas de monedas antiguas o con plumas de aves amazónicas.
"Hemos bailado así desde el tiempo de nuestros abuelos. Claro, un poquito lo hemos modernizado", dice Martín Mamani, de 75 años, que viene desde una aldea llamada Esmeralda, una entre el casi centenar de centros poblados que buscan mostrar su identidad en la festividad.
Las danzas representan las actividades rurales como la esquila de los camélidos, el pastoreo de las llamas y el pasado previo a la conquista española, que contempla los impopulares reclutamientos de soldados donde los campesinos vestían de mujer para no ser llevados como tropa.