El reciente escándalo provocado por la “casa blanca” de la familia presidencial ha reabierto un capítulo polémico en la vida del mandatario mexicano.
Es el que se refiere a Maritza Díaz, amante de Enrique Peña Nieto, también ex Gobernador del Estado de México. La periodista Sanjuana Martínez tuvo una larga conversación con ella para el libro Las amantes del poder (Temas de hoy, 2014), en donde se habla de Televisa y de esa propiedad, ahora en boca de todos.
Con autorización de Editorial Planeta Mexicana y de la misma autora, por considerarse de un alto interés para los ciudadanos, reproducimos el capítulo “El hijo oculto del Presidente”… La voz de Angélica Rivera no tiene la dulzura conocida en sus telenovelas. Tampoco es la voz que usa en actos oficiales en su papel de Primera Dama.
Mucho menos, la voz con la que concede entrevistas que se publican cotidianamente en la prensa rosa. La de ahora es una voz aguda, indignada. Vocifera, grita, está enfurecida.
Acaba de descubrir que Enrique Peña Nieto le es infiel.
El Presidente de México ha ido cambiando de esposa, pero no de amante. Angélica ha enfrentado la realidad: su marido, antes y después de casarse por segunda ocasión, continuó su relación extramarital con la misma mujer que lo acompañó durante los últimos años de matrimonio con Mónica Pretelini. Angélica se siente engañada, traicionada. Su reacción es visceral.
No lo entiende. ¿Por qué la mentira?, ¿por qué tanta falsedad? Fue una burla. Siente que Enrique subestimó su inteligencia. Él pensó que nunca lo iba a descubrir. Bien dicen que la mentira dura hasta que la verdad llega. Es una mezcla de sentimientos. Está enojada con él y con ella.
Su odio tiene una dirección definida: Maritza Díaz Hernández, la mujer con la que Enrique ha compartido su vida clandestinamente a lo largo de nueve años y con la que tiene un hijo a quien le dio su apellido en 2010.
La verdad que acaba de descubrir es aplastante: a pesar de la fastuosa boda celebrada a bombo y platillo, de la propaganda oficial auspiciada por Televisa, del boato edulcorante que se quiso vender a los mexicanos sobre la maravillosa historia de amor de la nueva pareja rumbo a Los Pinos, todo era una simulación: Enrique Peña Nieto continuó su relación con su amante de siempre, con el “gran amor” de su vida, la mujer con la que repetía en público y en privado que quería envejecer y ver crecer a sus hijos.
Maritza y Enrique juntos por la noche, por el día. ¿Cuántas veces le mintió para estar con ella? ¿Cuántas veces durmió con ella mientras supuestamente estaba de viaje? ¿Cuántas veces le dijo que tenía un compromiso de trabajo y se fue a su encuentro? La esposa es la última en enterarse, dicen. Y ella lo ha comprobado.
Aunque al parecer la larga relación extramarital de Peña Nieto era conocida en diversos círculos laborales y familiares, él nunca tuvo el valor de confesarle la verdad a Angélica. Maritza era una sombra del pasado, algo pasajero, un affaire sin importancia.
Eso pensaba ella, hasta que en 2010 supo que Enrique había decidido darle el apellido a su hijo de siete años. Nació en Estados Unidos, por orden de Arturo Montiel.
El padrino de Peña Nieto habría evitado cualquier especulación o escándalo y enviado a la madre a dar a luz al vecino país, lejos del padre de la criatura. Angélica sabía de la existencia de ese niño, de ese “hijo natural” producto del adulterio.
Aquel pequeño era un hijo ilegítimo aunque llevara el apellido de su marido. Y nunca, de ninguna manera, sería considerado parte de la familia. Jamás aparecería en la foto oficial, ni tampoco en las entrevistas realizadas por la prensa del corazón. Era un hijo oculto, escondido, secreto hasta cierto punto.
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Todo estaba bien arreglado. Había quedado claro cuando inició su relación con Enrique. Angélica pensó que tenía el control de la situación.
Que cualquier hombre tiene un hijo regado por allí. Además, su marido cumplía cabalmente con la manutención del menor y otras obligaciones económicas elementales. Sobre la convivencia con ese “hijo natural” nunca habían hablado, pero era claro que Enrique veía de vez en cuando al niño.
De eso, Angélica prefería no enterarse desde su posición de novia. Le daba coraje pensar en esa criatura y en su origen inmoral.
Sus firmes convicciones católicas le impedían abrir su mente. Bastante era haberse convertido en la madrastra de los tres hijos de Enrique y formar una familia junto con sus tres niñas, lo cual había sido una señal de modernidad, de apertura, de rompimiento con el modelo tradicional de familia. Pero la infidelidad es otra cuestión.
En eso no está dispuesta a ceder. No piensa tragarse la traición.
Está dolida y así se lo hace saber a Enrique en una acalorada discusión. La pelea no termina sino hasta que él le promete que terminará todo. —Júrame que jamás volverás a estar con ella —le dice. Él evita la tormenta. Asiente.
Quiere concluir la pelea.
Ella, sin embargo, continúa con sus pretensiones. Le exige de manera severa: —Voy a hablar con ella y tú te vas a quedar aquí para que escuches lo que le voy a decir.
Entonces le espeta a bocajarro a Maritza, que contesta de manera habitual su Nextel: —¡Eres una puta! Eso que le hiciste a Mónica ahora me lo haces a mí. Pues quiero que sepas que Enrique está sentado aquí a mi lado para escuchar lo que te voy a decir. La grabación de la conversación denota una voz ruda, un tono mucho más agudo: —Tu hijo es un bastardo —le dice elevando el volumen, casi gritando.
Maritza no contesta, la deja hablar. Angélica le hace una advertencia: —Enrique me ha prometido que jamás volverá contigo. ¿Entendiste? Como si fuera un diálogo de telenovela, Angélica, insulta sin cortapisas a la amante de su marido. Sus frases parecen tomadas de un libreto de Televisa: —¡Eres una puta! —le repite. Y le recuerda el “daño” que le hizo a la anterior esposa, Mónica Pretelini. Le deja claro algo tremendo y ofensivo relacionado con su hijo Diego, el hijo de ambos, el hijo que lleva el apellido Peña. Angélica no está dispuesta a aceptarlo.
A pesar de que sus tres hijas son de otro hombre y su marido las “adoptó” para formar una familia, rechaza a Diego. No permite la convivencia con sus medios hermanos. Resulta triste la mezquindad de una supuesta humanista Primera Dama, quien debería ser un modelo para las mujeres mexicanas.
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Ella, licenciada en administración de empresas, trabajaba para el gobierno local cuando el joven funcionario llegó a la administración de Arturo Montiel Rojas. Él estaba casado con Mónica Pretelini y ella tenía novio.
Era funcionaria de la Secretaría de Finanzas. Cuenta que, durante meses, se resistió al cortejo que inició Peña Nieto. Él se encaprichó con ella. Insistía en salir, la invitaba constantemente, le enviaba flores. La cortejó todo ese tiempo hasta que ella finalmente aceptó. La llamaba varias veces al día, la buscaba en la oficina.
Cualquier oportunidad era buena para verla. La relación duró nueve años. Más adelante, el político mexiquense cambió de esposa, pero no a su compañera sentimental.
El romance empezó sin planearlo.
Él era un hombre típicamente infiel. Se sabía que ya había tenido otras relaciones extramaritales. De su esposa Mónica no hablaba, aunque se quejaba de no ser feliz con ella. Su matrimonio era una relación para las convenciones sociales, una pantalla.
En realidad aquello no funcionaba desde hacía años. Y Maritza prefirió siempre no meterse en la intimidad conyugal, ni preguntar. Con el paso de los meses, se enamoró perdidamente de él. Dejó a su novio.
Y decidió asumir un papel que jamás imaginó para ella: el de amante. Al principio era la amante de un funcionario destacado de la administración de Montiel; después se convirtió en la amante del Gobernador del Estado de México. Poder y clandestinidad. El coctel de adrenalina estaba servido.
Sus encuentros amorosos eran cada día más intensos. Se amaban con locura. En las noches de pasión, él le repetía que era la mujer de su vida, el amor más importante. Más aún, le aseguraba: “Terminaré envejeciendo contigo. Vamos a terminar unidos al final”. Diego llegó sin planearlo. Fue un embarazo muy lindo. Enrique se mostró feliz, entusiasmado de tener un hijo.
Después de Alejandro, llegaría otro varón. La llenó de atenciones, de cuidados. Estaba siempre al pendiente de sus necesidades pero, a medida que se acercaba la hora de dar a luz, sus temores aumentaban. Un día, Arturo Montiel la mandó llamar a su despacho.
Le dijo a bocajarro que ese niño no podía nacer en México y le ordenó por el bien de Enrique que se fuera a tenerlo a Estados Unidos.
Fue muy difícil. Maritza accedió y estuvo sola durante el parto. Él llamaba por teléfono para enterarse de los detalles. En el extranjero, sin su pareja, las circunstancias adversas motivaron a Maritza a registrar a su hijo Diego con sus apellidos.
El niño es estadounidense y tiene la doble nacionalidad. También en México la madre optó por ponerle sus apellidos para no obligar a Peña Nieto a tomar una decisión no deseada. Cuando Maritza y Diego regresaron a México, Enrique organizó todo para que no les faltara nunca nada. Acudía constantemente a ver a su hijo. Estableció una relación paternofilial acorde a su situación.
El amor entre Enrique y Maritza aumentó, se consolidó. A pesar de que Enrique era viudo, jamás le propuso matrimonio. Maritza tenía claro que al término de su periodo como Gobernador sería inminente la puesta en marcha de la operación para llevarlo a Los Pinos. Televisa tenía todo preparado, incluida la esposa, una actriz de telenovelas.
Para Maritza fue un duro golpe enterarse de que su amante sostenía una relación “seria” con la actriz. En sus planes nunca había estado ser candidato a la Presidencia de la República. Fue el elegido de su padrino Arturo Montiel y Carlos Salinas de Gortari. Aquello dio un vuelco a la vida de ambos, a su vida en común.
Cuando ella se enojaba, él la buscaba desesperadamente, incluso saltaba por la barda de su casa para verla. —Eres como una droga —le decía mientras la besaba apasionadamente—.
Seguiremos juntos, como siempre, juntos hasta el final. Peña Nieto aprovechaba cualquier pretexto para estar con ella. Llevaba una doble vida. Por una parte, Angélica y los reflectores, y por otra, Maritza y la clandestinidad, esa adrenalina, ese delirio que no lo dejaba vivir en paz, ni alcanzar el sosiego necesario para conducirse con propiedad en su trabajo, en su nuevo objetivo.
Su fama como buen amante le precedía. Maritza sabía que había sostenido relaciones con otras mujeres, durante y después de la muerte de su esposa. Entre sus otras amantes destaca Yessica de Lamadrid Téllez, quien trabajó en su campaña para gobernador del Estado de México en 2005.
La relación fue intensa. Una noche, Enrique la llamó llorando. El hijo que había tenido con Yessica había fallecido de cáncer, tres semanas después de la muerte de Mónica Pretelini. Estaba desolado, sin poder hablar. Las amantes se convierten en amigas, confidentes.
Se supone que ellos no tienen necesidad de mentir. Aun así, Peña Nieto era un mentiroso. Y Maritza lo sabía. Para ella fue muy difícil aceptar que la primera novia oficial después de que quedó viudo fuera la regiomontana Rebecca Solano de Hoyos, conductora del programa de televisión TransformaT.
Rebecca aparecía con él en actos oficiales, la prensa la mencionaba como pareja oficial e incluso se hablaba de boda, pero el idilio duró poco. No fue la única. Hubo más, muchas más, unas más duraderas, otras fugaces. Entre sus affaires más sonados está Nora Sotocampa González, heredera de un negocio maderero.
Él la mostró públicamente después de su rompimiento con Rebecca, incluso asistieron juntos a la boda de la hija del senador Manlio Fabio Beltrones en junio de 2008. Maritza sabía que Enrique siempre sostuvo relaciones paralelas. No era gratuita su fama de mujeriego, de conquistador. A pesar de todo, él llegaba invariablemente al lecho de Maritza. Perpetuamente volvía a sus sábanas. Ella estaba segura de que la historia de amor entre ambos era tan sólida que trascendía cualquier vínculo pasajero o duradero que él tuviera con otras mujeres.
En abril de 2008 el destino de ambos cambió: Enrique conoció a la que hoy es su esposa. Angélica Rivera era protagonista de la telenovela Destilando amor y fue llamada a la oficina del entonces Gobernador del Estado de México, ubicada en las Lomas de Chapultepec.
Le propusieron ser la imagen propagandística de su gobierno para la campaña “300 compromisos cumplidos”.
Dos meses después, la actriz aceptó una invitación de Enrique para cenar: “La cita fue a las nueve de la noche y yo estaba muy nerviosa porque después de haber tenido una relación de 16 años con mi ex marido, José Alberto Castro, con el que me fui a vivir a los 20 años, en la vida había salido con alguien”, dijo en aquella ocasión la Gaviota a la revista de la prensa del corazón Quién. Angélica Rivera confesó en aquella entrevista que le conquistó “la sinceridad y la honestidad” del Gobernador mexiquense: “Enrique [que enviudó en enero de 2007] también me habló de su vida de una manera muy honesta y sincera.
Obviamente lo vi muy guapo, no te voy a decir que no. Nos quedamos desde las nueve de la noche hasta la una de la mañana platicando. La verdad la pasamos muy bien y cuando nos despedimos quedamos en volver a vernos pronto”.
Se les vio en público en los restaurantes Philippe y San Ángel Inn. Y finalmente Enrique confesó en el programa Shalalá, conducido en ese entonces por Katia D’Artigues y Sabina Berman, que andaba de novio con la Gaviota. Luego se dejaron ver en la boda de Ninfa Salinas y Bernardo Sepúlveda, en la de Chantal Andere y Enrique Rivero Lake, e incluso acudieron juntos para dejarse fotografiar al estadio Nemesio Díez de Toluca. El noviazgo entre la Gaviota y Peña Nieto fue corto: año y medio. Luego él le propuso matrimonio.
Ella inmediatamente dijo que sí, porque la conquistaron sus detalles: “Los detalles que tiene conmigo. A mí en la vida nadie me había movido la silla para que me sentara.
Entonces empecé a ver cosas que nunca había vivido”. Maritza iba leyendo la campaña publicitaria en torno al famoso noviazgo en la prensa del corazón, mientras su relación con Peña Nieto se sostenía como siempre a base de adrenalina y amor.
Pero una cosa le preocupó: el anuncio de la boda con la actriz. Algo muy serio se aproximaba.
La inquietó saberse de nuevo en la posición vulnerable de amante. Esta vez, amante del candidato a la Presidencia de la República y muy posiblemente amante del Señor Presidente. Las cosas iban a cambiar drásticamente, pero ella estaba segura de que el auténtico amor que la unía a Enrique podía con eso y más. La relación entre Enrique y Maritza continuó en la clandestinidad, mientras públicamente él desarrollaba a cabalidad, con su amada “prometida”, el papel asignado. LA GAVIOTA Y TELEVISA
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Maritza asistió a la metamorfosis de Enrique Peña Nieto. Pronto reconoció en él los rasgos de una mercadotecnia aplicada con alevosía y ventaja. Enrique nunca aspiró a ser presidente.
En alguna ocasión él mismo le confesó que no estaba en sus planes llegar a ocupar la Silla del Águila. No tenía esas expectativas. Jamás imaginó ser “el elegido”. Sin embargo, su estrecha relación con Arturo Montiel y Carlos Salinas de Gortari habían dado sus frutos.
El joven ex gobernador tenía el perfil exacto de lo que andaban buscando. Los cambios de imagen fueron inmediatos. Su publicitado noviazgo con la Gaviota le irritaba.
Era obvio que atrás había una operación propagandística. Pronto adivinó el motor que movía la maquinaria: Televisa. Pero jamás imaginó a qué grado. La fabricación del candidato a la Presidencia estaba en marcha.
Carlos Salinas de Gortari, el gran operador del sistema político mexicano, movía los hilos, mientras Televisa señalaba el momento preciso para darle más popularidad al “elegido”. En diciembre de 2009 fue al Vaticano para armar toda una operación “amorosa” en torno a su prometida.
En la Basílica de San Pedro, frente a la imagen de Jesucristo le pidió matrimonio y le entregó el anillo de compromiso. Y ambos fueron bendecidos con sus respectivos hijos por el Papa Benedicto XVI en audiencia pública, durante la cual el Gobernador le regaló un árbol navideño y un nacimiento hecho por artesanos del Estado de México. La Iglesia legitimaba así al próximo candidato del PRI a la Presidencia de la República.
En la numerosa delegación que acudió al Vaticano estaba representada la Conferencia Episcopal Mexicana (CEM) con un grupo de 11 obispos encabezados por su presidente, monseñor Carlos Aguiar Retes. La novela rosa urdida por Televisa tenía el apoyo de la jerarquía católica.
Las fuerzas vivas del poder político y religioso daban su aprobación.
Peña Nieto le agradeció personalmente al Pontífice el gesto del Vaticano al anular el anterior matrimonio religioso de Angélica Rivera y José Alberto el Güero Castro. Y anunció que la boda se llevaría a cabo el sábado 27 de noviembre de 2010. Todo estaba listo para culminar la operación de Televisa de llevarlo directamente a Los Pinos.
Su vida privada formaba parte del marketing empresarial y político. Ambos hacían una “bella” pareja, ideal para vender ilusiones a los mexicanos, muy al estilo de la serie televisiva La Rosa de Guadalupe. La trama iba a consumarse con una fastuosa y pomposa boda, violando el Derecho Canónico que estipula que después de una anulación religiosa el segundo matrimonio deberá efectuarse en ceremonia sencilla y discreta. No fue el caso.
Peña Nieto y la Gaviota se casaron por todo lo alto en la catedral de Toluca. Ofició la ceremonia el arzobispo de Chihuahua, monseñor Constantino Miranda, a quien se le escogió por haber sido obispo de Atlacomulco. Cumplieron el rito.
Él le juro “amor eterno” y serle “fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad”.
Los protagonistas de la ceremonia fueron los hijos de la pareja. Paulina, la hija mayor del gobernador mexiquense, entregó a su padre, mientras que su hijo Alejandro fue padrino de arras y llevó del brazo a Angélica Rivera.
Regina, hija de Angélica, le dio el ramo a su mamá; Nicole, la hija más pequeña de él, fue la madrina de Biblia y rosario; Paulina y Sofía fueron madrinas de lazo y Fernanda llevó los anillos. ¿Y Diego? El segundo hijo de Peña Nieto no asistió a la boda. No fue invitado. La fiesta fue en la Hacienda Cantalagua, en el municipio de Atlacomulco, y asistieron políticos priistas, entre ellos cuatro ex gobernadores, aunque faltaron su padrino Arturo Montiel y el ex presidente Carlos Salinas de Gortari.
La primera canción que bailaron fue “Eres el amor de mi vida”, del grupo Camila. Al terminar, los reporteros le preguntaron al gobernador si tendría más hijos con la Gaviota; él asintió y agregó: “Claro que me gustaría tener muchos hijos con Angélica, fruto de nuestro amor. [...] Igual ocurre que nos aventamos por ahí un bebé”. SEGUNDA ESPOSA E INFIDELIDAD
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Después de casado, Peña Nieto siguió estrechando su relación con Maritza. Continuaron los encuentros. Cada día la vida entre ambos iba cambiando por la agitada agenda de él, que aprovechaba viajes y reuniones para escaparse a verla y disfrutar unas horas con su hijo Diego. Fue un año intenso. En diciembre de 2011 la bomba estalló.
La Gaviota descubrió la relación extramarital que Enrique sostenía con Maritza. No podía creer que le hubiera sido infiel desde el noviazgo y después del matrimonio.
Fue entonces cuando, iracunda, llamó por teléfono a Maritza para reclamarle y le dijo que tenía sentado a Peña Nieto a su lado. Él no hablaba. Meses antes, Maritza se había enterado por las revistas del corazón de que Peña Nieto tenía casa nueva.
La residencia, ubicada en las Lomas de Chapultepec en el Distrito Federal, fue diseñada por el arquitecto Miguel Ángel Aragonés. Se trata de una casa inteligente compuesta por siete recámaras con tapanco y baño; sala, comedor, home theatre y piscina. La casa original tenía mil 200 metros cuadrados, pero creció 800 metros cuadrados más cuando compraron los terrenos aledaños.
El metro cuadrado en esa exclusiva zona residencial ronda los 23 mil 600 pesos. Maritza sabía que Peña Nieto tenía otras propiedades; en concreto, las que declaró públicamente durante su campaña: cuatro casas en el Estado de México: en Metepec, Ixtapan de la Sal, Atlacomulco y Toluca; y un departamento en Acapulco.
Sin embargo, al enterarse por la prensa del nuevo “nidito de amor” de la pareja presidencial se molestó. —No sabía que le habías comprado una casa a tu esposa —le reclamó en la primera oportunidad, vía telefónica. —Yo no se la compré —reviró Peña Nieto. —¿Entonces quién? —Televisa. —¿Televisa les compró una casa? —Sí, Televisa acostumbra comprar casas a sus artistas —contestó con toda normalidad.
La grabación no deja dudas: la operación de Televisa para llevar a Peña Nieto a la Presidencia era integral; la empresa propiedad de Emilio Azcárraga hasta casa les compró.
Maritza iba atando cabos. Había escuchado todo tipo de especulaciones sobre el hombre que fue su pareja durante nueve años. Una de ellas tenía que ver con la extraña muerte de Mónica Pretelini en circunstancias aún no aclaradas.
Recordaba aquel el e-mail de una supuesta amiga de la esposa de Peña Nieto que aseguraba que su muerte no había sido un accidente.
Y si antes confiaba plenamente en él, ahora tenía sus dudas.
Aquel mensaje fue enviado de forma masiva por correo electrónico: “Mónica falleció de manera inexplicable, no sabría qué fue lo que realmente le sucedió, pero estoy segura que no fue un accidente. La vida de Mónica cambió mucho desde que su esposo se convirtió en Gobernador.
Ella me lo confesaba, y yo me daba cuenta al verla sufrir tanto. Su esposo no sólo la engañaba con otras mujeres, sino que cada vez estaba más involucrado con el crimen organizado; eso fue lo que terminó psicológicamente con ella. Mónica me decía: ‘Desde que mi esposo es el Gobernador, todos los días está obsesionado con la Presidencia de la República. No habla de otra cosa. Cada día es un hombre más alejado de sus hijos; sólo se acuerda de ellos para llevarlos a hacer campaña política.
La fama y el poder lo están destruyendo por dentro; sólo le importa su imagen, y lo que digan los medios de comunicación sobre su apariencia’.
No puedo saber si su esposo la mató o no, sólo sé que el narcotráfico estuvo involucrado, porque ella me lo decía: ‘El narco tiene mucho poder dentro del PRI, y mi esposo sólo es un peón más dentro de toda esa mafia; a ellos no les importa la vida de los mexicanos, sólo les importa su dinero y tener esclavizado al pueblo’”.
El texto estaba firmado por T.D. Viudo Enrique Peña Nieto, las preguntas quedan en el aire: ¿por qué Maritza no se convirtió en su esposa? ¿Por qué permaneció en su rol de amante? ¿Nunca deseó convertirse en la señora de Peña Nieto? Es la primera pregunta que le hago a Maritza durante la entrevista. Ella sonríe. Guarda silencio. Busca las palabras adecuadas para contestar. Sentada en el salón de su casa, respira profundamente.
Su mirada serena es la de una mujer acostumbrada a decir la verdad: —Nunca. ¿Para qué? Yo lo tenía a él, no necesitaba ser la esposa. Ni decir: “Ese lugar es para mí”. No. Es algo que nunca me planteé, ni él. Tampoco pensó que la vida le llevaría a esa posición, pero se enamoró. Mucho menos creyó que su relación con Enrique, el amor de su vida, terminaría en un juzgado.
A Peña Nieto no se le habría dificultado echar mano de su poder para afectar jurídicamente a la madre de su hijo. Presuntamente desde su posición como presidente de la República habría podido manipular jueces y encauzar la justicia en su beneficio.
Si antes le entregaba 200 mil pesos a Maritza por concepto de pensión, ahora esa cantidad se había reducido a 40 mil pesos, con la aparente complicidad del sistema judicial. Obviamente, el Presidente no buscó reducir la pensión por falta de dinero.
Quizá lo hizo para perjudicar a su ex pareja, ya que uno de los principales instrumentos de agresión contra la mujer es la violencia económica. Además, Peña Nieto traicionó la confianza de Maritza al prometerle que no la demandaría y fue lo primero que hizo para disminuir la pensión.
Y, según ella, habría cometido otra irregularidad: influir para que los procesos fueran turnados a un juzgado del Estado de México para su propio beneficio. Después de todo, el modelo de hombre poderoso para afectar a sus parejas o ex parejas es común en México.
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