Octavio Fabela Ballinas/AEI
Recuerdo mucho una frase que repetía constantemente el ahora sacerdote salesiano Juan Pichardo, cuando me sorprendía tratando de evadir alguno de mis deberes: “agua estancada se pudre”.
Con esas cuatro palabritas, el “Señor Pichardo”, a quien Dios y San
Juan Bosco le impusieron la penitencia de ser mi asistente en la
Ciudad del Niño Don Bosco, me invitaba a cumplir correctamente con mis deberes y obligaciones.
Alguna ocasión recuerdo que amplió el comentario, con un “si el agua que es algo tan bueno, indispensable para el ser humano y fuente de toda clase de vida, requiere renovarse para no podrirse, pues imagínate lo que pasará si tú, simple mortal te estancas”.
Unos treinta años han pasado desde aquellos benditos días de mi vida en la Ciudad del Niño, pero la frase del padre Pichardo sigue vigente.
El que se estanca se pudre, como ha pasado con Teodoro Guerrero, quien está próximo a cumplir la mayoría de edad como vocero del Instituto del Deporte y la Cultura Física de Baja California.
Cuando me enteré, hace ya varios años, que se integraba con el equipo de mi amigo el maestro Saúl Castro Verdugo, me dio gusto por él, pues aunque muy limitado en lo académico, avergonzado del nombre que le eligieron sus padres al grado tal de firmar sus fotografías y algunas notas que escribía de box como Ted Warrior, así como extremadamente sangrón y barbero, me parece un buen tipo.
Lamentablemente para él, no ha sabido crecer a la par de la
institución que le paga y de quien lo sumó a su equipo. Se ha
convertido en el agua estancada que por podrida apesta y estorba.
¿Quién le enseñó a Ted Warrior que puede elegir a quien atender y a
quién no?
¿No se habrá dado cuenta en los casi 18 años que tiene de vivir como sanguijuela del trabajo de su jefe, que parte importante de lo logrado es gracias a su presencia en los medios de comunicación?
Lamentablemente, creo que esta opinión empieza a cundir entre los
periodistas ante el trato despótico y majadero de Teodoro quien cree
que su trabajo es pasearse a costa de los impuestos que todos pagamos.
Pobre de él, de nada ha servido el tiempo y las oportunidades de
crecer que ha tenido. Nunca dejará de ser un enano limitado, eso sí,
con aires de una grandeza inexistente. Como el agua estancada, ya se pudrió y apesta.