Por Adela Navarro Bello
Sortilegios
Desde aciagas épocas no se veía tanto repudio social en México. Desde aquella tercia presidencial que inició con Gustavo Díaz Ordaz, a quien le siguió Luis Echeverría Alvarez y donde concluyó José López Portillo, no se veía tanto malestar entre los mexicanos.
Enrique Peña Nieto despertó la inconformidad incluso siendo candidato.
A él debemos la creación de colectivos estudiantiles para manifestar sus ideas, defender su derecho a la información y la libertad de pensamiento.
Particularmente con la clase estudiantil al Presidente no le ha ido nada bien. Desde aquella vez en la Universidad Iberoamericana en la Ciudad de México cuando escapó, después de refugiarse en el baño, a los reclamos de los jóvenes; el antipeñismo en los estudiantes no es una moda, inició en 2012 y se ha ido recrudeciendo en los últimos dos años.
A los YoSoy132 se sumaron entonces organizaciones ciudadanas, civiles, grupos, y hasta sindicatos. Tomaron calles y avenidas, organizaron marchas y se manifestaron.
Hoy a propósito de la desaparición de los 43 normalistas en Ayotzinapa, Iguala en Guerrero el 26 de septiembre de 2014, y en mucho a la desafortunada comunicación de la Procuraduría General de la República respecto la investigación que se sigue para develar la localización o el destino de los estudiantes desaparecidos, los ánimos de los mexicanos se enardecieron.
A las manifestaciones que han ido creciendo en número y en representación, se suman otros grupos y colectivos, incluso reventadores del sistema y del antisistema que desatan la violencia opacando la manifestación ciudadana.
El caos por la inseguridad y la violencia del crimen organizado, el narcotráfico y corporaciones policíacas y gobiernos corruptos, se agudiza con una terrible situación financiera en el país.
La falta de trabajo, la ausencia de dinero y encima la integridad física vulnerada ante la inseguridad, han llevado a los mexicanos al hartazgo. Enrique Peña Nieto, el presidente, es el blanco principal. Es impresionante la animadversión que despierta, el último grito de batalla es pedirle la renuncia.
En la página de Facebook del Ejecutivo Nacional los comentarios conminándole a la renuncia han inundado por miles todas y cada una de sus fotografías descargadas en la red. A Peña se le manifiestan en municipios y estados de la República, en países en Europa, en América, en Asia, le piden justicia, le reclaman investigación, le representan el dolor que no ha de olvidar.
Por mucho, Peña es uno de los presidentes más repudiados en la historia contemporánea de México. Las manifestaciones sociales que piden su actuación no se veían desde aquellas a Diaz Ordaz, y los gritos en espacios públicos ante la presencia de López Portillo.
El Presidente no se mezcla con la sociedad. Su aparato de seguridad lo mantiene a salvo en su cautiverio militar. Solo acude a actos pactados y cerrados.
Tienen el control de la seguridad y del acceso a las presentaciones públicas de Peña precisamente para evitar una manifestación o acción directa contra el mandatario.
Ciertamente la violencia no debe combatirse con violencia en un Estado de Derecho. La manifestación pacífica, la propagación de las ideas, son elementos más eficaces para declarar la postura de una sociedad harta. En este su segundo año de administración al presidente Peña no le ha ido bien.
Ni sus reformas han sido la panacea para los males del país, ni la inseguridad ha disminuido, ni la economía ha mejorado. Los analistas en el extranjero que antes le dieron el espaldarazo hoy le critican la inestabilidad social en la que ha sumido a México.
La terrible inseguridad es otro llamado de atención que le hacen, y el momento mexicano literalmente se quedó en eso. Pocos defensores fuera de su equipo y aquellos que persiguen algún interés, tiene Peña Nieto en esta manifestación social de justicia.
La propia falta de una estrategia de comunicación en la presidencia de la República abona a la inestabilidad, a la desinformación y al repudio social. En medio de la inconformidad ciudadana, del grito de renuncia, también ha sido desafortunada la manera en que se han dirigido al tema de las casas de la esposa del Presidente, una transferida por Televisa, la otra comprada en abonos a la constructora más favorecida por Peña cuando fue Gobernador del Estado de México.
Decir en un discurso que es su esposa quien aclarará esa situación, y de hecho sugerir la inclusión de la información producto de un reportaje de Aristegui Noticias en un plan para desestabilizar al país que Peña atribuye a los enemigos de su proyecto de nación, es una vez más, deslindarse de la responsabilidad que tiene, y no asumir un equívoco en la que podría ser su mejor autocrítica.
Y en efecto la señora Angélica Rivera, a su estilo y en su mejor escenario frente a las cámaras, se dirigió a los mexicanos en un video que cargó en su página electrónica personal. La esposa del Presidente dio su versión, y más allá de si tiene la credibilidad para menguar el encono nacional entorno a su esposo, dejó en claro que millonaria es, y más lo será al vender la “Casa Blanca”, cuestión que contradice el discurso que leyó pues sí, efectivamente, la mansión fue comprada con el fruto de su trabajo no tendría por qué deshacerse de ella, tanto que le ha costado.
La diferencia entre la señora de Peña y su esposo, es que ella por lo menos habla bien. Y ofreció detalles económicos de su trabajo, situación que el Presidente no hizo en su declaración de bienes al omitir los costos de las propiedades que posee, el dinero que tiene y el origen de las donaciones en bienes y productos que le hicieron.
Además, se le crea o no a la primera dama, enfrentó su situación y dio la cara –incluso con acercamientos de cámara- en el tema que en los últimos días subió de tono las manifestaciones. Por lo pronto los mexicanos siguen esperando que el esposo de la señora Rivera precise qué pasó con los 43 estudiantes normalistas desaparecidos.
Así, de frente, directo. No aprovechando actos a los que es invitado, sino dedicándole al tema el tiempo y la atención que la gravedad de la injusticia y la impunidad requieren. Sin acusaciones al margen, los resultados de la investigación apremian.
No debería el Presidente en esta situación argumentar que tras las manifestaciones por Ayotzinapa están sus detractores, pues ello solo contribuye a incrementar el repudio que ya ha despertado.
Deslegitimar el descontento social no es la mejor estrategia. Escuchar cómo dice que lo hará, dialogar como ha comprometido, y accionar como es su responsabilidad son tres tareas que serían más productivas en estos momentos. La Presidencia de la República es irrenunciable como todo cargo de elección popular, pero el repudio social es el peor escenario para un político de cualquier partido y más para un Presidente. Que su pueblo lo descalifique, que sus estudiantes le griten, que adultos lo encaren a dejar la silla del águila, no es cualquier situación.
México está atravesando una difícil etapa de inseguridad y económica en estos momentos, y la falta de resultados por parte del gabinete presidencial contribuye a la percepción de un gobierno insensible e incapaz. La riqueza con la que se mueven y en la que viven los políticos mexicanos en un país donde más del 50 por ciento de la población es pobre, es una bofetada a la ciudadanía.
El próximo jueves 20 de noviembre en todo el país y en el extranjero marcharán en la llamada #AcciónGlobalPorAyotzinapa, será otra prueba para el Presidente y su gabinete, y será un acto que, bien llevado, podría hacer mella en el extranjero, y en el que –por supuesto- si los reventadores sociales lo violentan, incrementará el repudio a la figura presidencial. Peña, como sus antecesores en la época más recalcitrante del cacicazgo priísta, se está convirtiendo en un presidente repudiado.
Como pocas veces se ha visto en los últimos años.
Este contenido ha sido publicado originalmente por SINEMBARGO.MX