La voz de Angélica Rivera no tiene la dulzura conocida en sus telenovelas. Tampoco es la voz que usa en actos oficiales en su papel de Primera Dama. Mucho menos, la voz con la que concede entrevistas que se publican cotidianamente en la prensa rosa. La de ahora es una voz aguda, indignada. Vocifera, grita, está enfurecida. Acaba de descubrir que Enrique Peña Nieto le es infiel. El Presidente de México ha ido cambiando de esposa, pero no de amante. Angélica ha enfrentado la realidad: su marido, antes y después de casarse por segunda ocasión, continuó su relación extramarital con la misma mujer que lo acompañó durante los últimos años de matrimonio con Mónica Pretelini. Angélica se siente engañada, traicionada. Su reacción es visceral. No lo entiende. ¿Por qué la mentira?, ¿por qué tanta falsedad? Fue una burla. Siente que Enrique subestimó su inteligencia. Él pensó que nunca lo iba a descubrir. Bien dicen que la mentira dura hasta que la verdad llega. Es una mezcla de sentimientos. Está enojada con él y con ella. Su odio tiene una dirección definida: Maritza Díaz Hernández, la mujer con la que Enrique ha compartido su vida clandestinamente a lo largo de nueve años y con la que tiene un hijo a quien le dio su apellido en 2010. La verdad que acaba de descubrir es aplastante: a pesar de la fastuosa boda celebrada a bombo y platillo, de la propaganda oficial auspiciada por Televisa, del boato edulcorante que se quiso vender a los mexicanos sobre la maravillosa historia de amor de la nueva pareja rumbo a Los Pinos, todo era una simulación: Enrique Peña Nieto continuó su relación con su amante de siempre, con el “gran amor” de su vida, la mujer con la que repetía en público y en privado que quería envejecer y ver crecer a sus hijos. Maritza y Enrique juntos por la noche, por el día. ¿Cuántas veces le mintió para estar con ella? ¿Cuántas veces durmió con ella mientras supuestamente estaba de viaje? ¿Cuántas veces le dijo que tenía un compromiso de trabajo y se fue a su encuentro? La esposa es la última en enterarse, dicen. Y ella lo ha comprobado. Aunque al parecer la larga relación extramarital de Peña Nieto era conocida en diversos círculos laborales y familiares, él nunca tuvo el valor de confesarle la verdad a Angélica. Maritza era una sombra del pasado, algo pasajero, un affaire sin importancia. Eso pensaba ella, hasta que en 2010 supo que Enrique había decidido darle el apellido a su hijo de siete años. Nació en Estados Unidos, por orden de Arturo Montiel. El padrino de Peña Nieto habría evitado cualquier especulación o escándalo y enviado a la madre a dar a luz al vecino país, lejos del padre de la criatura. Angélica sabía de la existencia de ese niño, de ese “hijo natural” producto del adulterio. Aquel pequeño era un hijo ilegítimo aunque llevara el apellido de su marido. Y nunca, de ninguna manera, sería considerado parte de la familia. Jamás aparecería en la foto oficial, ni tampoco en las entrevistas realizadas por la prensa del corazón. Era un hijo oculto, escondido, secreto hasta cierto punto.
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Todo estaba bien arreglado. Había quedado claro cuando inició su relación con Enrique. Angélica pensó que tenía el control de la situación. Que cualquier hombre tiene un hijo regado por allí. Además, su marido cumplía cabalmente con la manutención del menor y otras obligaciones económicas elementales. Sobre la convivencia con ese “hijo natural” nunca habían hablado, pero era claro que Enrique veía de vez en cuando al niño. De eso, Angélica prefería no enterarse desde su posición de novia. Le daba coraje pensar en esa criatura y en su origen inmoral. Sus firmes convicciones católicas le impedían abrir su mente. Bastante era haberse convertido en la madrastra de los tres hijos de Enrique y formar una familia junto con sus tres niñas, lo cual había sido una señal de modernidad, de apertura, de rompimiento con el modelo tradicional de familia. Pero la infidelidad es otra cuestión. En eso no está dispuesta a ceder. No piensa tragarse la traición. Está dolida y así se lo hace saber a Enrique en una acalorada discusión. La pelea no termina sino hasta que él le promete que terminará todo. —Júrame que jamás volverás a estar con ella —le dice.
Él evita la tormenta. Asiente. Quiere concluir la pelea.
Ella, sin embargo, continúa con sus pretensiones. Le exige de manera severa:
—Voy a hablar con ella y tú te vas a quedar aquí para que escuches lo que le voy a decir.
Entonces le espeta a bocajarro a Maritza, que contesta de manera habitual su Nextel:
—¡Eres una puta! Eso que le hiciste a Mónica ahora me lo haces a mí. Pues quiero que sepas que Enrique está sentado aquí a mi lado para escuchar lo que te voy a decir. La grabación de la conversación denota una voz ruda, un tono mucho más agudo: —Tu hijo es un bastardo —le dice elevando el volumen, casi gritando. Maritza no contesta, la deja hablar. Angélica le hace una advertencia: —Enrique me ha prometido que jamás volverá contigo. ¿Entendiste? Como si fuera un diálogo de telenovela, Angélica, insulta sin cortapisas a la amante de su marido. Sus frases parecen tomadas de un libreto de Televisa: —¡Eres una puta! —le repite. Y le recuerda el “daño” que le hizo a la anterior esposa, Mónica Pretelini. Le deja claro algo tremendo y ofensivo relacionado con su hijo Diego, el hijo de ambos, el hijo que lleva el apellido Peña. Angélica no está dispuesta a aceptarlo. A pesar de que sus tres hijas son de otro hombre y su marido las “adoptó” para formar una familia, rechaza a Diego. No permite la convivencia con sus medios hermanos. Resulta triste la mezquindad de una supuesta humanista Primera Dama, quien debería ser un modelo para las mujeres mexicanas.
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