Por: Bernardo de Jesús Saldaña Téllez
Antes, en cada colonia existían las tlapalerías, se vendían cables de luz, fusibles que eran de vidrio y rosca, petróleo, hilos para bordar y coser telas, parches para la ropa que se pegaban con plancha caliente, bultos de cemento, clavos, veneno para las ratas, pegamentos inofensivos y tóxicos, solventes del mismo tipo, grasa para los zapatos, cuerdas para los trompos, DDT, gises blancos para los entonces pizarrones y también gises de colores, pero en algunos casos también vendía el mapamundi, el mapa del mundo, y por separado vendían todos y cada uno de los continentes, con unas divisiones geográficas y con unos países que ahora ya no existen. Vendían mapas con los estados de cada país, venían en hojas tamaño carta, para colorear o ya con colores, lo mismo que con nombres y sin nombres. Las tlapalerías por lo general estaban pintadas de amarillo y en la parte que da a la calle ponían un tambo con escobas y cosas.
Las tlapalerías tenían mostradores mugrosos, corrugados, raspados, sus dependientes eran entre albañiles y burócratas, pero ágiles. Las tlapalerías olían a tlapalerías y también vendían artículos escolares porque eran materiales, en contra parte, las papelerías eran locales siempre muy limpios, relucientes, con vitrinas de vidrio donde se podían ver los diccionarios escolares, las flautas para la secundaria, los pliegos con papeles de china eran como un tubo de pasta de dientes, los colores se desparramaban, así del anaquel sobresalía el rojo, el azul, el blanco, ya para papalote o para piñata, según su destino, y los anaqueles tenían papel albáneme y cartulinas, colores y acuarelas, los resistoles parecían bolos de boliche, eran otros tiempos de imaginación, de educación y travesuras, parte de una tlapalería y gran parte de una papelería eran los lugares donde tenían las monografías, una hojas tamaño carta con dibujos por enfrente y con una breve descripción en la parte trasera, así los estudiantes, los que estudiaban, pedían una monografía del petróleo, de la expropiación petrolera, de la Independencia, de la Revolución Industrial, de la Revolución Francesa y de la Revolución Mexicana, de la agricultura, de la televisión, de la arquitectura, de Roma, de Rusia cuando era Rusia, de las banderas, de los aparatos reproductivos en el ser humano, de la salud… y en otro anaquel estaban las biografías, ahí tenían unos cuadritos, menores a un cuarto de hoja, con su marco en color azul cielo y en medio la figura del héroe, todos organizados por abecedario, desde Atila hasta el Zarco, lo mismo que las monografías y mapas, eran como panales de madera, y entraba el paquetito a su ranura, todos en su bolsa de hule, y los buscaban y los entregaban. La persona que atendía se paraba atrás del mostrador, de cara a la calle, y siempre los tenía a sus espaldas para mejor servicio, para mayor control, eficiencia y replica o pedido del cliente.
Así llegábamos de traviesos, sudados porque íbamos a la escuela a jugar futbol, a darnos nuestros primeros entres, unos de calentura y otros de coraje con los que retaban, a defenderse a puño limpio y no había bullying sino verdaderas iniciaciones. Y a las patillas nos corría el sudor seco y lleno de mugre, la frente llena de sal de tanto que habíamos corrido, en ocasiones tras del balón y otras tantas para escapar de la furia de la maestra, con la camisa manchada de chile por las golosinas y llegábamos a las tlapalerías y papelerías a comprar monografías y biografías, porque teníamos permiso de jugar siempre y cuando hiciéramos las tareas, y entonces pedíamos todo según el tema y entonces yo pedía una biografía de Benito Juárez, y ahí van los dedos de la joven que atendía, como dando pasos, como subiendo escaleras y llegaba a donde había muchas estampas de Juárez, y luego una de Zapata, y entonces se ponía en cuclillas hasta sacarla desde abajo, y entonces le pedía una de Bernardo de Jesús Saldaña Téllez y revisaba una y otra vez, hasta decir que no la tenía y que no lo conocía, entonces intervenía Omar y decía que él ahí la compró y de nuevo revisaban hasta decirnos que no la tenían porque ya se les había acabado.
No es invento mío, así nos divertíamos. A lo mejor así le hicieron los presidentes cuando de verdad eran presidentes, cuando era tiempo de héroes y niños traviesos. A final de cuentas como dice el dicho: Cuidado con lo que le pides a dios porque te lo puede conceder.
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