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Miércoles, 23 Marzo 2016 21:55

Días de ira Destacado

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por: Martin Moreno

Recién había cumplido tres años en la casa presidencial, donde turnaba actividades con Palacio Nacional. Doce años de gobiernos de derecha habían bastado para que el viejo régimen se hubiera reinstaurado con sus propias reglas tan conocidas y tan desconocidas a la vez; con su proclividad al doble lenguaje; con su personal estilo de gobernar, la forma y el fondo, el hablar sin decir, el ocultar sin ocultar, el callar sin callar; los pergaminos partidistas y las tablas sagradas actualizadas y modernizadas sin actualizarse ni modernizarse, tan anacrónicas y dictatoriales como las de los años sesentas y setentas; un cambio de look a conveniencia, pero no una transformación de entraña y de mente por convicción; el gusto por hacer política a la manera del partido: sembrando el discurso metódico y demagogo; simpatizante del control de medios, del arropamiento de periodistas dóciles sin alma ni agallas, y ejerciendo la censura brutal y amenazante; protegiendo al amigo y al abismo el enemigo. Ya lo decía Juárez –si es que en verdad lo dijo o fue un invento del partido-: a los amigos, justicia y gracia; a los enemigos, justicia a secas.

Y en él, en ese Presidente joven de años pero viejo en costumbres políticas, reencarnaba el regreso del sistema político gobernante durante más de setenta años, más la extensión de nuestros días.

Volteó el Presidente y soltó un seco y redondo:

-¿Ya sabemos quién lo mató?

-No señor…oficialmente todavía no…

-¿Oficialmente? ¿Esperamos entonces que sus asesinos den una conferencia de prensa para anunciar lo que hicieron y dejar al gobierno como un perfecto pendejo…?

-No quise decir eso, señor Presidente…por supuesto extraoficialmente…digo, con base en nuestro trabajo de inteligencia, tenemos nociones de quién lo colgó en la Plaza…

-¿Y?

-Todo apunta al Movimiento Seis de julio… El Libre, señor Presidente…

*****

Las palabras de El Libre cayeron, como casi siempre, como piedras quemantes sobre los oídos y la conciencia de sus hombres. Uno jaló un gargajo y lo escupió. Otro lo vio a los ojos, y al cruzar miradas, prefirió bajar la propia y perderla en un punto vagabundo de la llanura. La mayoría dio otro trago a los pocillos abollados, raspados por el tiempo y a medio llenar con mezcal amarillento y quemante cuando resbalaba por garganta y esófago.

Habló Juan –El Caporal, le decían; último en unirse al movimiento tras años de fuetear animales y peones, ansioso de la redención social y visto con recelo, todavía, por el círculo cercano a El Libre-. Su voz un tronido en la media oscuridad:

-Sabe bien usted que no me tiembla el puño para ajusticiar a quien se lo merezca, y que entro de frente hasta donde tope, pero ahora sí le fuimos a picar los güevos al mismísimo diablo en su cueva, y a esas nos vamos a atener…

-Les declaramos, ora sí, la pinchi guerra mi Libre…la pinchi guerra…-terció El Payo Rojas arrastrando las palabras y sin levantar la mirada, clavándola en tierra suelta, en un punto sin retorno, parábola desprendida de lo que ya habían iniciado durante las horas turbias de la víspera aciaga.

Otro silencio se abrió como compas de tiempo más angustiante que reflexivo. Un segundo aullido de coyote los hizo reaccionar.

El Libre:

-Pues como decía mi abuelo: cuando el niño no entiende, un chingadazo a tiempo lo endereza…

-Mmmm…-, mugió “El Caporal”.

…y si el gobierno supremo no entendía con petardos en alcaldías o en bancos, con sustos a los diputadetes locales abusivos y corruptos ni con tomas de estaciones de radio o con clausuras simbólicas de edificios públicos o de trasnacionales que siguen pagando veinte pesos diarios por doce horas de trabajo; si con todo eso no entendía que íbamos en serio, pues ahora saben que no estamos jugando, que vamos a la brava y de frente, como dice El Caporal…y que somos un chingo, los suficientes para poner de cabeza a un gobierno de pequeños dictadores y sacudir a este país injusto y valemadrista…

*****

Diez de la noche. Hora clave para iniciar el cierre del periódico El Tiempo. Lupita ya había salido. Félix Buendía contestó su teléfono:

-Diga…

-¡Cómo estás director! –escuchó del otro lado de la línea la voz rasposa e imperativa del secretario del Interior; se conocían desde que Buendía era reportero de asuntos políticos y León Turcot Diputado federal; amigos por conveniencia, los intereses como puntos de referencia: el político y el periodístico, rieles paralelos y pilares afianzados al poder en turno; ambos se habían utilizado los últimos años y si bien no había una amistad legítima, sí tenían relación profesional consolidada.

-Señor secretario…¿a poco me va a hacer cambiar mi primera plana con alguna exclusiva?- le soltó Félix, dando un manotazo sobre el escritorio.

– ¡Ja!…pinche Félix, siempre con el olfato abierto…te espero mañana en la oficina…¿cafecito, no? ¿O prefieres unos coñacs en el Ambassador? Con un filete chemita…mejor, mi Félix…comemos ¿no?…

-Seguro secretario…

-Pero antes queremos pedirte un favor enorme…no al periodista…al amigo, Félix…

A Buendía le punzó la sien izquierda y le reventó un repeluzno en el estómago. Nada bueno presagiaba aquella petición, sobre todo cuando Turcot remarcó la palabraqueremos

-Tú dirás, secretario…

      Turcot fue directo:

-No publiques la foto del colgado en La Plaza…ni las de los soldados…no lo hagas Félix…

La experiencia le había enseñado a Félix Buendía que algo no se preguntaba jamás: ¿quién te dijo? Las cosas sucedían, se pedían, se daban o se negaban, y punto.

-Imposible, secretario…ya está armada la primera plana…

-Pues desármala-, ordenó Turcot. A Félix no le gustó el tono. Contraatacó:

-Pues no secretario…es foto exclusiva del diario, y no la vamos a ocultar…periodísticamente es una fotaza –repitió Buendía la palabra expresada al mediodía ante Arcángel-. Y además ya conoces la regla: lo que tú no publicas hoy, mañana lo publica la competencia…

-No Félix, de tu competencia me encargo yo… nada publicará…

Turcot escuchó un suspiro del otro lado de la línea y la nueva negativa. “No, secretario…la foto va”.

-Te lo pide el Presidente…tu amigo…tu paisano…

-Pues así me lo pidiera Dios, secretario, y mira que soy ferviente católico, la foto va…

Se abrió un silencio engorroso.

-¿Entonces?-, punzó Turcot.

-No secretario-, endureció el tono Félix.

Otro silencio.

Buendía apostilló:

-Las cosas han cambiado, secretario…el país ya no es el mismo…

-Hay cosas que no cambian nunca, Félix…y este pinche país es el mismo, siempre lo será, y lo sabes…

-¿Algo más, secretario?

-Se lo haré saber al Presidente…

-Buenas noches, León-, personalizó Buendía.

Un click sordo fue la respuesta.

*****

El poder presidencial. La guerrilla. La prensa. El país. Los días de ira.

Les dejo extractos de mi primera novela: Días de ira (Edit. Océano) con varios anhelos: que disfruten y sufran la historia, porque con la literatura se disfruta y se sufre; que se conmuevan; que se estremezcan; que conozcan, a fondo y por dentro, cómo se ejerce el poder en la casa presidencial; que comprendan a la guerrilla; que se metan en la piel del periodismo; que respiren la lealtad, el romanticismo y el erotismo de Blanca y de Primitivo, de Otoniel y de Juanita; que se indignen, que protesten, que sirva este libro para construir un país más justo y democrático, bajo una advertencia literaria inapelable:

Cualquier parecido con la realidad, no es mera coincidencia.

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