Nada aprendimos. 24 años después de la tragedia de Guadalajara, un 22 de abril, la historia se repite, ahora en el complejo Pajaritos, en Coatzacoalcos. Casi un cuarto de siglo ha pasado entre una y otra pero las condiciones de seguridad de Petróleos Mexicanos no solo no mejoraron, sino que se deterioraron. Aquella mañana de miércoles hace cinco lustros, las explosiones en un colector en el oriente de Guadalajara dejaron 238 muertos; la tragedia de este miércoles pasado costará decenas de vidas (al escribir este artículo había 13 muertes confirmadas, 13 heridos muy graves y 18 desaparecidos).
La tragedia de Guadalajara tuvo muchas explicaciones técnicas por parte de la petrolera, desde la oxigenación de la mezcla por haber lavado el colector y abrir las bocas de las alcantarillas, hasta si un sifón (paso en forma de u) entonces recién construido habría provocado, de acuerdo a los sesudos análisis de los ingenieros de la paraestatal, la acumulación de gases. Hubo muchas explicaciones, pero sola una razón verdadera: la corrupción. Personal de Pemex derramó intencionalmente aquellos días decenas miles de litros de gasolina a un colector urbano para evitar ser descubiertos en la maniobra de robo de hidrocarburos (Público, 22 de abril 2002). Fue una acción criminal por la que pagaron con cárcel varios inocentes y no respondieron cabalmente ante la justicia los verdaderos culpables. Pemex nunca aceptó la culpa, pero aceptó pagar, como una concesión graciosa, 100 millones de pesos para indemnizar a los damnificados.