“En noviembre de 2014 la información difundida sobre la llamada ‘casa blanca’ causó gran indignación. Este asunto me reafirmo que los servidores públicos además de ser responsables de actuar conforme a derecho y con total integridad, también somos responsables de la percepción que generamos con lo que hacemos. En esto reconozco que cometí un error” dijo Enrique Peña Nieto el pasado lunes y con ello arrancó un aplauso generalizado, cosechó felicitaciones y llenó titulares periodísticos.
Pero ¿en realidad pidió perdón como casi unánimemente difundieron los medios de comunicación? Terco como soy me fijo en los detalles, en las expresiones y en el contexto que dicen mucho más que el discurso en sí. Con mayor razón tratándose de Peña Nieto que, como escribía en “El rostro de Peña Nieto”, cuando dice algo, afirma lo contrario.
El fastuoso acto me hizo recordar algunas reflexiones. ¿Qué significa el perdón para la política? ¿Es relevante como categoría o se trata más bien de un acto personal e irrelevante? Perdón, Reparación, Equidad y Reconocimiento podrían parecer conceptos lejanos a la terminología clásica de la teoría del Estado como Federalismo, Soberanía, Autonomía, Sufragio o Seguridad Nacional. No obstante creo que los primeros pertenecen a un estrato mucho más profundo de la conformación de una sociedad porque que tienen una directa relación con las personas y sus experiencias vitales. Por ello cuando se habla de perdón, estamos ante algo que merece nuestra atención.
Una de las lecciones políticas más importantes de mi vida la recibí de Tita Radilla cuyo padre don Rosendo Radilla, fue desparecido por el militares en 1974. Casi treinta años después preguntaban a Tita por qué no perdonaba a lo que respondió:
“Por lo mismo que aquél no me dice qué hizo con mi padre. ¿Está vivo o está muerto? ¡No sé! Cuando uno piensa, él era muy friolento… ¿Tendrá frío? ¿Tendrá hambre? ¿Tendrá sed? ¿Le dolerá algo? ¿Qué pasa con él? Y eso no es un momento, sino que toda la vida. Como dicen ‘ya no hay que reabrir la herida’. ¿Cuál reabrir? La herida está abierta. Jamás ha sido cerrada”.
Entendí con claridad que el perdón es un acto mucho más profundo que un amasijo eufemístico de palabras frente a una audiencia complaciente. El perdón dicho desde la función pública significa, 1. Justicia en la concreta forma de procesos penales con responsables sentenciados, además implica 2. Reparación del Daño a las víctimas que puede materializarse en la devolución de los bienes ilícitamente adquiridos. 3. Tiene que contemplar garantías concretas de no repetición, como leyes y mecanismos de defensa y finalmente pero de importancia central significa 4. Verdad sobre los hechos y Memoria histórica como recordatorio para todas y todos.
Con el cumplimiento de lo anterior y solo tras ello, el perdón desde las víctimas y la sociedad puede considerarse. Ya podemos ver la diferencia entre la caricatura de perdón de Peña Nieto y el poderoso y transformador concepto de Perdón de Tita Radilla, de las madres y padres de la Guardería ABC, de las Familias Unidas por Nuestros Desaparecidos, de Ayotzinapa, de tantas personas y movimientos que construyen este país desde la dignidad.
En el lanzamiento de la campaña No Olvidamos junto a Tita Radilla reflexionaba que el olvido lejos de representar la cotidiana pérdida de memoria colectiva sobre dolorosas injusticias, es más bien la permanente actividad del gobierno para desinformar, distraer, comprar y corromper la memoria. El olvido requiere un despliegue frenético de acciones por parte de los corruptos para nulificar la conciencia y perseguir a quienes disienten exigiendo verdad y justicia.
Creo que olvido es lo que Peña en realidad buscó el lunes mientras leía el teleprompter:
“Todos los días gracias en buena medida a las nuevas tecnologías de la información y la comunicación y a libertad de expresión la sociedad se entera de actos de corrupción de servidores públicos y de particulares”.
En una confesión involuntaria le atina al afirmar que es gracias a las redes sociales y a la investigación periodística que nos hemos enterado de los actos de corrupción. Ni los miles de millones de pesos en nóminas de burócratas de Contralorías, de Institutos de Transparencia y de Auditorías Fiscales han destapado los que periodistas como Aristegui y su equipo de investigación o académicos como Sergio Aguayo, han conseguido, por citar solo dos ejemplos. La ciudadanía exige alto a la impunidad y Peña lejos de responder con sanciones a los corruptos, se le ocurre que es más cómodo contratar miles de burócratas más.
Y mientras la nómina crece, el espacio dónde nos enteramos de la existencia de la casa blanca fue censurado y quien documenta masacres como las de Allende y opina sobre la corrupción es perseguido legalmente. En este punto mi percepción se confunde. El mismo lunes abundó:
“No obstante que me conduje conforme a la ley. Por eso con toda humildad les pido perdón, les reitero mis sincera y profunda disculpa[…]. Si queremos recuperar la confianza ciudadana todos tenemos que ser auto críticos[…], empezando por el propio Presidente de la República”.
No entiendo bien. Si Peña cree que actúo “conforme a derecho y con total integridad” ¿Qué error cometió según el? Si el enriquecimiento ilícito con propiedades como la casa blanca no es una conducta ilegal por él cometida, sino un problema nuestro que percibimos lo integro y legal como corrupto, en realidad nos está diciendo incapaces de toda comprensión. Me disculparán, pero no eso se acerca en lo mínimo al arrepentimiento, es una ofensa directa. El acto “histórico” pertenece a la política del olvido que exonera la injusticia con toneladas de verborrea. Es un acto de corrupción en el sentido que se aleja de la Justicia, porque el corrupto es aplaudido, no juzgado.
Señor Peña Nieto, si realmente quiere pedir perdón siga la lección de Tita Radilla. Diga la verdad sobre la ‘casa blanca’, sométase a un proceso penal en el que sea investigado y juzgado, regrese los bienes indebidamente adquiridos y otorgue garantías de no repetición. Para lograr lo anterior tendría que renunciar al fuero dejando la Presidencia cargo, que por cierto, también usurpó. Perdón que se lo diga así de claro.