Nueva York.- Urgió el Papa Francisco a la Organización de Naciones Unidas (ONU) a pasar del “declaracionismo tranquilizador de conciencias” a una voluntad efectiva para combatir los grandes flagelos de la humanidad.
En un discurso ante la Asamblea General de la ONU, en el Palacio de Vidrio, llamó a dar pasos concretos contra la exclusión social, el comercio de órganos, explotación sexual de niños y niñas, trabajo esclavo, incluyendo la prostitución, tráfico de drogas y de armas, terrorismo y crimen internacional organizado.
Denunció la tendencia a la proliferación de las armas, especialmente las de destrucción masiva, y advirtió que la política internacional basada en la amenaza de destrucción mutua hacen de la ONU “un fraude”, convirtiéndola en las “Naciones unidas por el miedo y la desconfianza”.
“La guerra es la negación de todos los derechos y una dramática agresión al ambiente. Si se quiere un verdadero desarrollo humano integral para todos, se debe continuar incansablemente con la tarea de evitar la guerra entre las naciones y entre los pueblos”, clamó.
Instó a comprometerse por un mundo sin armas nucleares, aplicando plenamente el Tratado de no proliferación -en la letra y en el espíritu-, y encaminándose a una total prohibición de estos instrumentos.
Destacó el acuerdo nuclear logrado con Irán y lo puso como ejemplo de buena voluntad política y del derecho, ejercitados con sinceridad, paciencia y constancia, además de hacer votos para que sea duradero, eficaz y dé los frutos deseados con la colaboración de todas las partes implicadas.
Más adelante denunció que muchas sociedades padecen “otra clase de guerra silenciosa con millones de víctimas”, que ha sido “asumida y pobremente combatida”: el narcotráfico que va acompañado por la trata de personas, el lavado de activos, el tráfico de armas, la explotación infantil y otras formas de corrupción.
“La corrupción ha penetrado los distintos niveles de la vida social, política, militar, artística y religiosa, generando, en muchos casos, una estructura paralela que pone en riesgo la credibilidad de nuestras instituciones”, lamentó en su largo mensaje, pronunciado en español.
El líder católico puso el dedo en la llaga y constató las “duras pruebas de las consecuencias negativas” de las intervenciones políticas y militares no coordinadas entre los miembros de la comunidad internacional.
Entonces hizo un llamado ante la “dolorosa situación” de todo el Medio Oriente, del norte de África y de otros países africanos donde “el odio y la locura” ha provocado la destrucción de patrimonio cultural y religioso, obligando a muchas personas a huir o “pagar su adhesión al bien y a la paz con la propia vida o con la esclavitud”.
Extendió su súplica por los conflictos de Ucrania, Siria, Irak, Libia, Sudán del Sur y en la región de los Grandes Lagos, reconociendo que en las guerras “hay seres humanos singulares, hermanos y hermanas nuestros, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, niños y niñas, que lloran, sufren y mueren”.
Por otra parte, el obispo de Roma dedicó varios párrafos para pedir una reforma de los organismos internacionales, sea a aplicar los instrumentos ya instituidos de Naciones Unidas, que este año cumple su 70 aniversario.
Solicitó una participación –equitativa, sin excepción y con incidencia real- de todos los países en los cuerpos con efectiva capacidad ejecutiva, como es el caso del Consejo de Seguridad, los organismos financieros y los grupos o mecanismos especialmente creados para afrontar las crisis económicas.
Esto para limitar todo tipo de abuso o usura sobre todo con los países en vías de desarrollo, porque ningún individuo o grupo humano se puede considerar omnipotente, autorizado a pasar por encima de la dignidad y de los derechos de las otras personas, estableció.
“Los organismos financieros internacionales han de velar por el desarrollo sustentable de los países y la no sumisión asfixiante de éstos a sistemas crediticios que, lejos de promover el progreso, someten a las poblaciones a mecanismos de mayor pobreza, exclusión y dependencia”, añadió.
Abordó temas como el derecho a la vida, la lucha contra la pobreza extrema, el combate a la contaminación ambiental y denunció la pretensión de crear “muchos falsos derechos” mientras grandes sectores indefensos son víctimas más bien de un mal ejercicio del poder.
Asimismo sostuvo que el ser humano debe tener un “derecho al ambiente” porque cualquier daño contra la naturaleza es un daño a la humanidad, ya que nadie puede abusar de ella y mucho menos está autorizado a destruirla.
“El abuso y la destrucción del ambiente van acompañados por un imparable proceso de exclusión. En efecto, un afán egoísta e ilimitado de poder y de bienestar material lleva tanto a abusar de los recursos”, lamentó.
“La exclusión económica y social es una negación total de la fraternidad humana y un gravísimo atentado a los derechos humanos y al ambiente. Los más pobres son los que más sufren estos atentados porque son descartados por la sociedad y son al mismo tiempo obligados a vivir del descarte”, continuó.
Estableció que la crisis ecológica, junto con la destrucción de buena parte de la biodiversidad, puede poner en peligro la existencia misma de la especie humana.
Y arremetió contra las “nefastas consecuencias de un irresponsable desgobierno de la economía mundial”, guiado solo por la ambición de lucro y de poder, deben ser un llamado a una severa reflexión sobre el hombre.
Según el Papa para luchar a favor de la ecología y contra la pobreza, se tiene también que reconocer “la distinción natural entre hombre y mujer” y “el absoluto respeto de la vida en todas sus etapas y dimensiones”.
Precisó que las personas, para escapar de la pobreza extrema, deben ser actores de su propio destino. Defendió el derecho de todos a la educación, en especial las niñas, así como el derecho de las familias a educar, y el derecho de las Iglesias y de agrupaciones sociales a sostener y colaborar con las familias en la formación de sus hijas e hijos.
Esta es la quinta vez que un Papa visita las Naciones Unidas; lo hicieron antes Pablo VI en 1965, Juan Pablo II en 1979 y 1995 y el Papa emérito Benedicto XVI en 2008.
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